Mis novelas editadas

jueves, 5 de agosto de 2010

Arreglo familiar. IV

- ¿Cómo sigue tu hermana Rosario?

- Sigue en cama, mi madre les lleva el avío todos los días. No le baja la fiebre y le duelen todos los huesos.

- ¿Qué le dice el médico?

- Qué le va a decir…

Sigue lavando apesadumbrada, se temen lo peor, pero no lo mencionan, porque tiene su hermana un chiquillo con tres años y una niña con cuatro meses. Ha pillado lo mismo que la otra que se le murió, las malditas fiebres de Malta, que tanto daño hacen a los cuerpos débiles. Reza todas las noches para que la hermana sane y no se queden los niños sin madre, al pobre amparo de ese hombre que detesta a pesar de que no le trata más que de tarde en tarde.

Han seguido llegando mujeres, la que no ha podido antes, va viniendo después. El sol está ya en lo alto cuando María termina con sus trapos. Otra mujer le pregunta por la hermana enferma.

- Luego, cuando llegue el buen tiempo, la lleváis unos días a la sierra, a que se le abran las ganas de comer, y verás como se pone hermosa otra vez, como antes.

Pero lo dicen por animar a María, porque saben que Rosario nunca ha sido muy fuerte, aunque se criaba más hermosa que ella. Las fiebres se llevan a mucha gente, y ya va para muchos días las suyas. Lo saben, lo saben y no lo dicen.

Le cuesta llegar con el barreño cargado de ropa mojada. Se para en el camino un rato y deja que el sol le dé en la cara, pero no puede entretenerse mucho, porque tiene demasiadas cosas por hacer y los días son cada vez más cortos.

Cuando va llegando a casa, se asusta de ver el gentío en la puerta. Primero teme por su padre, pero en seguida la asalta un pensamiento de la hermana que yace en la cama. Escucha los gritos de su madre, y no le cabe duda, son los gritos de una madre, no de una esposa.

Se abre paso entre la gente, se resisten a moverse, porque no reconocen a la hermana de la difunta y creen que es cualquiera que intenta colarse.

Ve a su cuñado, sentado a la mesa inmóvil, con los codos apoyados y las manos en la frente. Ni siquiera gime. Le han sacado de la taberna para darle la noticia; una vecina la ha encontrado en el último suspiro cuando le llevaba unas gachas. El niño estaba jugueteando por la casa y ni se daba cuenta el angelito, la chiquilla no dejaba de berrear, pero es algo que lleva haciendo casi sin descanso desde que la madre cayó enferma. Dicen las viejas que es porque sabe que su madre está mala, pero esta vecina dice que lo que tiene la niña es hambre, desde hace días, porque la leche de la madre no le sirve, y se va a morir si no dejan que ella le dé de la suya, porque también tiene un niño chico, y seguro que tiene para los dos. Así que cuando el padre se ha encaminado a la casa de la suegra para dar la noticia, la vecina se le ha venido detrás con la niña en brazos, enganchada al pecho ya, y chupando como sólo un bebé hambriento es capaz de hacerlo. El otro niño detrás de sus faldas, sin entender nada de lo que pasa.


Gracias por su tiempo.

2 comentarios:

  1. Como ya te dije, me está encantando. Todo lo que describes, cada situación, cada pensamiento, cada diálogo me resulta evocador.
    Se conoce que escribes sobre algo que conoces y te "llega".

    Saludos

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  2. Continúa que nosotros también lo seguimos con avidez y añoranza de historias junto a la mesa camilla.

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