Mis novelas editadas

jueves, 10 de junio de 2010

Zapatero sin zapatos

Señores, Zapatero se ha sentado a la mesa, como un buen padre, a repartir como Dios le dé a entender. Esperemos justicia la justa. Ya se sabe que en amores filiales siempre hubo preferencias y cariños no correspondidos. Que no critico, ya me conocen, sólo afilo mi lengua a tenor de las circunstancias.

Ahí le tienen: lejos de provocar un desastre en Europa, le llueven los halagos en el exterior, mientras en su país, de aguas revueltas, todo se le vuelve “vayanses”.

Él suma y compara, intenta buscar referencias de paros en otros tiempos de crisis, haciéndonos a todos un ejercicio de dicción, pues alumbra las palabras que ya deberíamos saber.

Que parece ser que “ha dicho” que se quedará hasta el final. No espero menos, digamos. Adelantar las elecciones es dejar el país en patas, en la transición de “ahora monto mi gobierno” se nos quedan tiesos más de cuatro que ya van a rastras. No veo yo que ni éstos… ni los otros, ni los de más allá, sean capaces de capear un temporal sin mojarse la ropa.

La historia no habla sobre los cobardes.

Gracias por su tiempo.

martes, 8 de junio de 2010

Apaga y vámonos

La factura de la luz sube un 4%. (Más el IVA)

lunes, 7 de junio de 2010

Culpable XI

El hombre de gris oscuro rompió a reír, de manera grotesca, sin preocuparle la disonancia que eso provocaba en aquel lugar, en que todos lloraban, si de expresar emociones se trataba.

- Ha batido el record de paciencia. Los otros acusados ya habían esgrimido esa excusa antes de salir de la carpa de Cruz Roja.

- ¿Otros? ¿Trae a todos aquí?

- Aquí, allí… qué más da. Todos los campos de refugiados son el mismo, y todos los muertos, y las guerras y los enfermos… y los sanos… siempre son los mismos. Usted, a quien tan larga vida le espera, ¿tendrá tiempo para reflexionar sobre la realidad? Porque esto, también es la realidad.

Felipe se frotó las manos, nervioso. La situación parecía haber llegado a un callejón sin salida, no veía cómo podría acabar eso, ni qué le esperaba ahora. Quién le juzgaría, o le condenaría. Aunque todo aquello resultara una locura, no había duda de que estaba en manos de esa gente. Le habían sacado de su casa en plena noche, y le habían llevado a un lugar que desconocía por completo, entre gente que ni siquiera parecía verle. Agitó la cabeza de un lado a otro a ritmo de “no sé, no sé, no sé”.

Despertó. Al abrir los ojos, estaba en su cama. Instantáneamente reconoció la sensación de que todo había sido una pesadilla. El hombre de gris oscuro, el hombre sin piernas, el chico sin brazos, el agua podrida…

Miró el reloj de la mesita, eran las seis de mañana. A pesar de la hora cogió el móvil y marcó un número.

- Hola, cariño… , no, no pasa nada. He tenido una pesadilla y quería oír tu voz, es todo. Luego te hago una videollamada. Tengo un regalo para ti… sí… ya sabes… ese anillo con diamantitos del que te enamoraste… Hasta mañana.

Por la mañana, cuando se levantó, cuando estuvo frente a su ordenador, antes de la videollamada, miró su cuenta bancaria y ordenó una transferencia a una ong, por bastante más que los cafés de un mes, tal vez así consiguiera no tener más pesadillas.

Fin.

Gracias por su tiempo

sábado, 5 de junio de 2010

Culpable X

Siguieron caminando hasta salir por el otro lado de la carpa. Dejaron atrás el horrendo espectáculo de quejidos y miseria.

- El médico me ha dicho que tiene también varios casos de escorbuto- se paró una vez más y contempló a su alrededor- no crecen muchos naranjos por aquí, ¿verdad?- guardó silencio un segundo y prosiguió- ¿Es usted de esos que toman naranja exprimida en bote refrigerado porque no tiene tiempo de pelar una naranja?

- No puede acusarme también de eso. Usted conoce la vida en occidente, el reloj siempre nos pisa los talones.

- Claro, claro. Tienen mucha prisa en hacer todas sus cosas, para tener más tiempo para su ocio, para viajar, para leer, para broncearse la piel… Sí, conozco muy bien occidente.

Continuaron una vez más el camino, hasta llegar a una especie de charca que era el abastecimiento de agua del campamento. ¿Agua? Podría decirse, pues era líquido, y parecía ser esa la única semejanza con lo que suele llamarse agua. Aún así, había gente recogiéndola.

- A veces hay suerte y viene agua potable, aunque organizar ese abastecimiento suele ser más complicado que traer medicinas en cajas, así que el la última agua limpia que bebieron fue en el otro campamento. Algunos han muerto ya de disentería- miró en dirección a la carpa- otros no tardarán, no suelen estar en el “hospital” de Cruz Roja, no cabrían todos.

El hombre de gris oscuro se agachó, y haciendo con su mano un cazo, cogió un poco de agua y la ofreció a Felipe, quien volvió ligeramente la cara y bajó los ojos.

- Yo tampoco voy a beberla, necesito estar sano para hacerles justicia- y recorrió a todos con la mirada, describiendo un círculo que comenzó con la cara y terminó con el cuerpo.

- ¿También se me acusa de esto?

- Claro, en su justa medida. No vamos a cargarle todos “los muertos”. Jamás ha levantado el teléfono para marcar el número que sale al pie del anuncio de televisión que dice: “ellos también necesitan agua limpia”. Creo que también ponían un mínimo de esos… un euro y medio más o menos. Sí, dice algo como: con un euro y medio damos de beber a…

Tiró el agua que le quedaba en la mano y sacó un pañuelo blanco de la chaqueta y se la secó.

- Se le acusa de diez enfermos de disentería. Menos de lo que gasta en cafés al mes, si lo traduce a dinero. Mírelos, aunque les dejáramos toda la vida para reflexionar, jamás podrían imaginar ni de lejos lo que es la suya. Bueno, hablo de toda una vida como la de usted, porque ellos tienen una esperanza de vida de 30 años, no es suficiente para esa reflexión- sonrió-. Si les contara cuánto gasta en cafés al mes, posiblemente no le creyeran. ¿Por qué iba a gastar dinero en algo inútil pudiendo comprar maíz, o medicinas, o… agua? Cuénteles que usted compra las manzanas en cestitas individuales por higiene. O que compra la fruta exprimida en bote, con tal de no pelarla. También podría contarles que se lamentó de haber tenido que dejar su móvil en casa, un móvil que funciona gracias a la muerte de niños, puesto que son ellos los que extraen el mineral que ha revolucionado la tecnología de su mundo. Y podríamos estar así horas. Su expediente es largo, penoso, lamentable. Me avergüenzo de usted.

- Oiga, yo no he inventado este mundo…


viernes, 4 de junio de 2010

Malas previsiones

Me veo obligada a hacer un inciso en el kilometraje de andadura de mi cuento, al cuál ya le queda poca vida, para romper el silencio de otro mártir. Ya saben cómo soy, hay noticias que me calientan los dedos, y si no escribo, me revienta el alma.

Hablo del tipejo de sesenta y dos años que se ha quitado la vida en el quinto pino una semana después de haber asfixiado a su santa. No le culpo, ni le señalo, mucho menos le juzgo en modo alguno, pero sí le recrimino un ligero detalle… en el orden de su actuación: debió colgarse del poste antes de quitarle la vida a su señora. El orden de los factores, en la vida, sí altera el producto.

Gracias por su tiempo.

jueves, 3 de junio de 2010

Culpable IX

Felipe se mantuvo quieto, ni siquiera se encogió de hombros, consciente de que nada de lo que dijera aligeraría sus “acusaciones” en lo más mínimo.

- ¿Cuántos céntimos echó en el sobre de la colecta de las ongs la última vez?- se le acercó a la cara y le dijo despacio- ¿cuántas de éstas vidas ha salvado usted?- silencio.- Quizá podamos echar cuentas, ya sabe, sumo… resto…-hizo una pausa- También… se le acusa de la muerte de un anciano hace dos horas por faringitis. Hay más muertos, claro, pero no todos derivados de sus actuaciones.

El hombre de gris oscuro atravesó la carpa y se paró a hablar con dos monjas, en francés. Luego, se dio la vuelta y le habló a Felipe.

- Estas dos religiosas dicen que perdieron a un sacerdote y una hermana hace dos meses en el otro campamento- silencio- el que había antes de montar este provisional. El otro fue arrasado por hombres armados, ellas no saben ni para quienes trabajan, o a quienes obedecen. Obedecen al dinero, yo no me detengo mucho en ese tipo de cuestiones. Miro más el resultado, y este fue de ciento ochenta y tres muertos, que quedaron allí, más unos cuarenta y dos que murieron por el camino…, sume…, reste…. Casi nadie aquí es cristiano, mucho menos católico, pero eso a ellas les da igual, vienen a ayudar, predicarían si tuvieran tiempo…

- Ahora me dirá que se me acusa de todas esas muertes que dice.

- No, de todas no, pero no olvidemos que usted participa de todo esto, si no se le acusa de esas, de otras será. Nada se nos escapa.

- ¿Y usted? ¿En qué modo evita todo esto de lo que me acusa a mí?

- ¡Oh! Conozco esa actitud de autosuficiencia, la leo en sus ojos y la escucho en el tono de su voz. Empieza a tomar a broma todos los cargos, porque ya ve “de qué va la cosa”.

- No está bien que me juzgue antes del juicio.

El hombre de gris oscuro le miró impasible. La actitud de Felipe no conseguiría quitar importancia a la evidencia. Las monjas volvieron a hablarle mientras miraban a Felipe y dejaron entrever una sonrisa de bondad.

- Me dicen que se le acusa de las muertes de las religiosas, pero que no presentarán cargos, que le perdonan. Curioso.

miércoles, 2 de junio de 2010

Culpable VIII

Felipe guardó silencio a la espera de que el hombre siguiera con la explicación, no quería interrumpirle ya que al fin se había decidido a hablar.

- El chico perdió los brazos al tocar una mina “antipersona” que estaba a la vista. Antipersona, qué nombre más curioso. Ustedes, los de occidente, las desarrollaron y fabricaron para defenderse de personas como ese chico sin brazos.

- No es así.

- ¿No? ¿Cómo ha llegado entonces a no tener brazos?

- Las cosas no son…

El hombre de gris oscuro se puso el dedo en la boca, haciéndole callar delicadamente.

- Le decía que la guerra la ha provocado el dinero. Aunque no ha sido la guerra lo único que el sagrado metal ha engendrado. Vayamos por aquí.

Pareció tomar un atajo entre el enjambre de gente, pero la verdad, todo aquel espacio era igual, gente y más gente, ociosa, porque nada había por hacer, salvo consumirse en silencio, esperar ayuda, aguardar la muerte o la salvación.

El hombre de gris oscuro se detuvo una vez más, era una parada imprevista, a juzgar por la forma en que lo hizo.

- Esta mujer ha perdido a dos niños, uno de cinco años y otro de ocho. Los ha perdido en la mina. Son los niños quienes trabajan en ellas, porque así no hay que hacer túneles grandes, que requieren de infraestructura y gasto “innecesario”, ya sabe… reducción de riqueza para occidente. Un túnel pequeñito… se sostiene por sí solo, en el mejor de los casos, claro. Los hijos de esta mujer entraron una mañana, y ya no volvieron a salir. También es consecuencia de sus actuaciones, por tanto… está acusado de sus muertes.

Esta vez Felipe no dijo nada, porque de nada servía lo que pudiera decir. El nudo en el estómago era todo cuanto tenía por respuesta. Siguió caminando en silencio detrás del hombre de gris oscuro. Llegaron a una enorme carpa con una cruz roja pintada fuera. El hombre de gris oscuro se paró con un médico y le habló en inglés.

- Dice que hay una epidemia de faringitis, desde hace unas dos semanas. Lleva cinco días sin antibióticos y ya se le han muerto bastantes pacientes, ancianos y niños principalmente. Son los más débiles… ya se sabe. Dice que fabricar una dosis de antibiótico cuesta unos diez céntimos, pero que no hay fondos para este campamento ahora mismo. ¿Qué fue lo último que compró usted con diez céntimos, señor Román?

martes, 1 de junio de 2010

Culpable VII

El viaje en coche fue duro, polvoriento, húmedo, largo. Y al fin llegaron, después de dos incómodas horas, hasta una verja. Alguien vino a abrirles. Los seis hombres entraron. Felipe ya no tenía que ir asido por los brazos. La curiosidad cobraba protagonismo frente al miedo, y le hacía centrarse en lo verdaderamente importante, en el “qué está pasando”.

El hombre de gris oscuro se dirigió a los otros.

- Ya me ocupo yo.

Y se dieron la vuelta sin más. Empezó a caminar despacio, y Felipe le siguió el paso. Ahora sí comenzó a explicar.

“Este es el lado más desagradable como consecuencia de sus actuaciones. Todas estas tiendas pertenecen a refugiados que llegaron hace dos días. Nada nuevo. Esa madre llego ayer con su hijo muerto en brazos, por hambre. No han conseguido quitárselo aún para enterrarlo, por lo que puedo ver. Las madres aquí son igual de madres que en su tierra, y soportan un dolor que usted no puede ni imaginarse. Ha venido aquí huyendo de su poblado. Unos soldados lo arrasaron e incendiaron, robaron lo que tenían, y les dejaron sin alimento. Por el camino encontraron a gentes de cuatro poblados más que se dirigían aquí. Han caminado todos ellos diez días. Sin comida, sin agua. Esta es la primera de las acusaciones que recae sobre usted.”

- Pero está loco. ¿Cómo voy yo a ser culpable de…

- Del éxodo de cinco poblados, sí. Y más.

Siguieron caminando, entre gentes tiradas por el suelo, niños que lloraban, mujeres que se quejaban sin fuerzas, en suspiros. Se detuvieron delante de un chico sin brazos, de unos catorce años.

- He aquí otra de las acusaciones que recaen sobre usted. El chico sin brazos, al igual que el hombre sin piernas, le acusa.

- Pero… si ni siquiera me mira…

- No, no sabe quién es usted. Sin embargo, sabe de su culpabilidad.

- Esto no tiene ningún sentido. Debe llevarme al avión y devolverme a mi casa.

Pero el hombre de gris oscuro no le hizo caso, siguió caminando entre la gente.

- Esta gente ha huido de una guerra civil, curiosamente por la única razón que una persona como usted puede entender: dinero, dinero para occidente, riqueza.