Mis novelas editadas

domingo, 5 de diciembre de 2010

La caída de los dioses parlantes.

En cierta ocasión, uno de mis personajes dijo algo así como que dejamos de ser niños cuando mueren nuestras madres, algo así, sí. Uno de los personajes de Houellebecq dijo después (después en mi vida): "No creo en esa teoría según la cuál nos convertimos en verdaderos adultos cuando mueren nuestros padres: nadie llega a ser nunca un verdadero adulto." Me sorprendió un pensamiento tan opuesto. Después me di cuenta de que hablábamos de cosas distintas. Yo no uso los conceptos como algo inalcanzable, es decir: creamos los conceptos, ¿por qué elevarlos para convertirnos en simples mortales aquejados de un crónico dolor de cuello de tanto mirar aquello de lo que ayer mismo fuimos creadores? Así... la felicidad es una fugitiva de nuestras intenciones, en el desierto de una vida llena de espejismos. ¿Verdaderos adultos? Eso debe ser una mala percepción de nuestros mayores, esos dioses parlantes que ayer mismo tenían todas nuestras respuestas. En lugar de adaptarnos al cambio de ser nosotros mismos quienes responden a las pequeñas miradas que nos rodean cuando ya hemos alcanzado cierta edad: hijos, sobrinos, jóvenes..., queremos seguir siendo aquellos que hacen las preguntas, que no digo que esté mal, pero esperar siempre una respuesta fuera de nosotros mismos es un caída al vacío.
Tengo un amigo que me ha hecho cambiar ciertos conceptos, el del silencio, por ejemplo, que en mi última entrada fue interpretado como un grito desgarrador, aunque sólo era un fragmento de una pequeña colección de escritos sobre emociones teatralizadas que vagan por el universo de mi pc, y que no han sido borrados porque apenas ocupan espacio en el mundo y me sirven de comodines cuando nada tengo que decir y debo hablar.
No crean que me disculpo por aquellas palabras, es una leve aclaración, agárrela quien quiera. Porque tampoco creo en la manida frase de "esclavo de mis palabras, dueño de mis silencios". Como si a estas alturas de nuestras vidas no hubiéramos cambiado de opinión mil veces, como si rectificar no fuera de "sabios", no digamos ya de ignorantes. Nos gusta estar rodeados de frases que son referencia para la mayoría, esas son nuestras nuevas respuestas cuando jugamos a ser adultos, cuestión que nos gusta cuando se trata de hacer lo que nos viene en gana, pero disgusta cuando se trata de hacer lo que le da la gana a los demás, conceptos muy enlazados, y aclaro: lo que a mí me da la gana siempre significa que otro no hará lo que le dé la gana a él.
Así que espero que sepan disculparme si mañana opino lo contrario, pues no me veo sujeta a esclavitudes en una medida mayor que a la libertad de expresión. Aferrarse a lo que "siempre he creído" es un enemigo claro de la evolución personal, negar el pasado también lo es, cambiar de opinión puede ser el camino que se nos abre después de haber "visto", aunque lamentablemente, a veces lo visto no sea más que un espejismo. De este modo, hay que volver a empezar: rectificar, volver a mirar, escuchar, escoger, hacer la pregunta y buscarla entre quienes puedan saber, porque nuestros nuevos dioses parlantes ya no están necesariamente en consanguinidad cuando alcanzamos cierta edad, simplemente están en una línea de "investigación" que nosotros mismos no hemos contemplado.
Cumplamos sin objeciones nuestro papel de adultos. Verdades aparte, seamos adultos o no, somos los dioses parlantes de esas pequeñas miradas inquietas que buscan las primeras respuestas que nosotros sí tenemos para ellos.

Gracias por su tiempo.

jueves, 21 de octubre de 2010

Silencio.

Igual que un grito inacabado, interrumpido, inconcluso, suena el silencio en los desfiladeros de mi mente. Igual que una ausencia infinita, e incierta, que me llena de terror por no saber si acabará al minuto siguiente o me obligará a soportarla otro instante, y el que sigue a ese, y a otro. Como si fuera el tiempo una línea discontinua y desconocida, que me tiene a su merced, sin dejarme ver en qué acabará el momento. Así es el silencio, el que percibo.

Resuena dentro de mí, rebotando en las paredes de mi alma, recorriéndome, y dando fe de que estoy hueca, que nada hay, de manera descarada y burlona. Un sonido infame que se ha ahogado, aunque yo no lo pude escuchar cuando tenía voz, llegué tarde, como siempre.

La insoportable ausencia, de lo que ya no está, de lo que no va a volver. La certeza de que es eterna, sin ser eterna yo misma. Así me desespero, ante el ruido callado del paso de los minutos, las horas, los días… y todo lo demás.

No debiera padecer lo que ningún daño puede hacerme, pero puede, al no hacerlo, al no dejarse ver, al ignorarme. Porque el silencio es el mundo que me ignora, que se apaga ante mis ojos, y me impide salir a la vida, y me hace perder en otra dimensión, la de la no importancia.

Así, el silencio me arroja al absurdo, que es la única realidad: la relevancia de la vida, la irrelevancia de la vida.

¿Quién se ha llevado mi ruido? Era lo único que me ataba al mundo. ¿Qué puedo hacer ahora, sino vagar, que no es caminar, pues no hay rumbo? Es la muerte, lo sé. El silencio es muerte, fin.

La incapacidad de prever cuánto ha de durar es lo que me hace muerta, y no sé si después de yacer en este lecho postrero, desearé levantarme, pues sabiendo ya del silencio, de la ausencia de vida, que a la muerte me lleva, me faltarán las fuerzas para dar pasos, y el miedo me confundirá al doblar cualquier esquina, pues no sabré tras cuál de ellas me espera otra vez…, ese silencio, que ya oigo, porque no oigo.

Debería arrancar ahora mismo este último soplo que me hace hablar, arrancarme el alma, que de nada me sirve, pues muerta estuve, y casi estoy, y no me ha salvado de desesperarme ante el acto repetitivo de la ausencia de ruido.

Quizás… si me dieras tus palabras, aunque resonara en eco desgarrador, me ayudarías a olvidar que nada es. Vendrías a salvarme, sin tú saberlo, y me harías dichosa ese segundo primero, en que te oyera decir. Tal es mi desesperación, tal es la terrible locura de estar en mi cabeza sorda.

sábado, 16 de octubre de 2010

Arreglo familiar. Fin.

Conforme va amaneciendo, va viniendo otra vez gente, sobre todo hombres, antes de irse a la faena. “Pronto acabará”, se dice por dentro.

Y al fin llega la tarde, y se van todos al entierro, ya no hay vuelta atrás, ya queda bajo tierra, ya se la come el tiempo, y se oye la última oración con ella de cuerpo presente. Otra vez el desfile interminable de pésames, en el cementerio.

Al fin, cuando llegan a casa, el cuñado discute, porque no quiere quedarse. Pero se quedan allí los niños, que han pasado el día con la vecina que ahora le da el pecho a la pequeña. María mira al cuñado con más asco que nunca, con la certeza de que ese hombre que deja tirados a sus hijos, no le he llevado ni un vaso de agua a la cama a la mujer que acaba de enterrar.

Esa noche María se mete en la cama rezando por que pasen pronto esos primeros días, y todo se vuelva tranquilo, y sólo quede el dolor, que también se comerá el tiempo poco a poco.

De repente piensa, y ya han pasado semanas, y vuelve a casa del canal, y se encuentra allí a su cuñado sentado. No le gusta la escena, no ha ido por allí desde que enterraran a su hermana, ni para ver a los niños. Sabe que algo malo pasa, o va a pasar, pero sigue a lo suyo.

Cuando va a salir para atender a los animales, le dice su madre que tienen que hablar. La madre no se entretiene dando vueltas y usa las palabras justas que tiene que usar. Que no es bueno que el padre de sus nietos, de sus sobrinos, siga solo. Que los niños necesitan una madre, que son muy chicos para andar de aquí para allá. Llevan toda la mañana hablándolo. Tiembla María, y no sabe por qué. Escucha inmóvil, cada palabra, que le va entrando en la cabeza, son puñales… y no sabe por qué. Sabe que algo se cierne, lo sabe desde que su madre ha dicho “tenemos que hablar”, en esa casa se dicen cosas, pero no se habla, por eso, por eso lo sabe. El yerno tiene que casarse, pero para qué meter en esa casa a una extraña, y buscarle a esos niños una madrastra cualquiera, pudiendo tener una de su misma sangre, que les va a querer como si suyos fueran. Ahora María se ha sentado, porque las piernas le flojean, siente un mareo, y un frío que le recorre el cuerpo. Luego un sofoco que hace que la frente sude, y frío de nuevo. Siente los labios muertos otra vez, como cuando le dio a la hermana el último beso, y piensa que si su madre va a casarla con ese hombre odioso que ya le ha hecho desgraciada a una hija, poco a poco se le irá muriendo el cuerpo entero. Se pregunta en silencio si no se daba cuenta la madre de lo que sufría Rosario, o si es que en realidad no le importa que le desgracie a otra hija. Pero su madre piensa en cosas más mundanas, nada de procesión interna ni de sufrimiento por falta de querencia. La madre piensa en los niños, que no vayan a manos extrañas, y también en el ajuar que entregó a la hija muerta, que no ha de disfrutar una cualquiera con sus manos limpias. No dice a quién se le ha ocurrido la idea, para que ella sepa al menos quién firma la sentencia, son cosas que a la madre, ilusionada con el arreglo, no se le pasan por la cabeza.

Así que se levanta el cuñado, que por la tarde hablará con el cura, para echarles las bendiciones al día siguiente, y se retira la madre al cuarto de María, a prepararle el ato con el ajuar que le viene juntando desde que casó a la última y que nunca le enseña.

Queda María, mirando el fuego del hogar. No tuerce la vista hasta el padre, que la mira con desconsuelo, que nada dice, pero que sabe lo que ella siente. No le mira, y debiera mirarle, para sentirse acompañada en la desgracia de una muerte en vida.

Gracias por su tiempo.

viernes, 15 de octubre de 2010

El hombro de Francis Lorenzo

Ayer me enganché a "Águila roja". Sí, después de no sé cuántas temporadas, y por segunda vez, he visto un capítulo de esa serie. La primera vez ocurrió una madrugada, a las cinco y media o las seis. El desvelo me había vencido y me arrancó finalmente de la cama. Cansada de leer y desleer, me puse la "perpetua", nombre cariñoso con el que califico la tv que tenemos hoy en día. Un amigo mío siempre dice que la vida es justa, a grandes rasgos, así que me cuestiono si tenemos la tv que nos merecemos... a grandes rasgos; yo, desde luego, no creo merecer el azote constante de ya saben qué programas como tampoco merezco la mala cara de un funcionario que no haya desayunado... sí, lo sabrán por los anuncios, fuente infinita de sabiduría.
Así puestos, tuve que elegir: serie que no había visto ni en los trailers, o el abanico infinito de ofertas de los canales de teletienda (a esas horas casi todos son teletiendas). Más por no dejarme vencer por la tentación de comprar a deshoras (Dios me libre), que por el interés que despierta en mí la susodicha serie, dejé Clan, con la reposición de no sé qué capítulo de cualquier temporada de Águila roja.
No cuestiono la fidelidad hacia la historia en el relato de los hechos. Ni las situaciones, ni el vestuario, ni el maquillaje, ni cualquier otro detalle que a mis ojos neófitos pueda pasar de largo. Pero no puedo evitar pensar en el anuncio de Antonio Resines, que criticaba a un niño porque se quejaba de que su padre no iba a verle jugar a fútbol: "qué caracoles ni qué caracoles!" ¿Es posible que en el siglo XVII un niño se quejara de que su padre no pasara tiempo con él? Y alguna que otra cuestión más que me hace preguntarme cada diez minutos mientras la veo, si no estoy viendo alguna película americana para toda la familia.
Les aseguro que me cuestiono una y otra vez si es por el lenguaje que utilizan los personajes al expresarse o son las situaciones en sí... ¡Que alguien me ilumine!
La serie merece todos mis respetos, con la salvedad arriba expresada. No obstante, traigamos de una vez a colación el bendito hombro de Francis Lorenzo, que por algo está en el título. Llámenme frívola, superficial, ignorante, inculta o lo que gusten, pero confieso que fue ese hombro izquierdo, luciendo descarado en su semidesnudez y belleza sin par, cuando yacía en la cama, junto a su joven esposa, lo que captó mi atención y me hizo decidir no perderme más ningún capítulo, guardando la vana esperanza de que al director se le ocurra de nuevo una pose semejante. Qué quieren, a mí también me subyuga la belleza. Seguro que aprendo algo viéndola, en este caso, que el fin justifica los medios.

Gracias por su tiempo.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Arreglo familiar V

Al llanto de la madre se unen los gemidos del padre, y el lamento de las viejas que van viniendo en procesión. Y se sienta María donde primero puede, mareada por la noticia que le han ido murmurando al pasar, “pobre Rosario, tan joven”.

Pasa un rato y alguien viene a decir que el médico ha ido a la casa a certificar la defunción de la mujer y que no ha encontrado más que a la difunta. El cura ya hace días que la confesó, por prevención, pero ya se encamina para darle la extremaunción, así que la familia debe irse allí, y preparar las ropas que le servirán de mortaja.

La casa es pequeña, igual que la de los padres, y de suelo terroso, pero menos trabajado. Es María quien rebusca en el armario, y saca el vestido con el que se casó Rosario, que es lo único presentable que tiene. Aún no la ha mirado, y ni se atreve. Sólo tiene tres años más que ella, y mañana estará bajo tierra, entregando su carne al tiempo, que acabará comiéndosela.

Está pálida y delgada. Ahora es por la enfermedad, pero ese hombre que tenía bajo su techo también la estaba consumiendo poco a poco. Ella podía verlo, y leerlo en los ojos de su hermana, que se lo decían a gritos, a pesar de que trataba de esconderlo detrás de falsas sonrisas. Es mejor así, morir y dejar de ser desgraciada. Ojala muera ella también si tropieza con un mal hombre.

Dos mujeres han entrado en el cuarto para decirle que ayudarán a arreglarla cuando se vaya el cura, que ya entra por la puerta.

De pronto ha pasado el medio día. Lo sabe porque una vecina ha traído una olla de caldo y le ofrece una taza bajo comentarios quejumbrosos de que no han comido nada. Cómo iba a comer, si tiene los labios helados desde que besara a la hermana antes de meterla en la caja. María piensa que se le ha muerto la boca después de dar ese beso, pero cómo no darlo… Va llegando más gente conforme empieza a oscurecer. Será una noche larga, ningún velatorio es corto.

Oye los rezos de las mujeres, y escucha el murmullo de los hombres que salen y entran, y salen a la calle a fumar, y vuelven a entrar. No son los mismos nunca, unos llegan, se quedan un rato, y se van, pero vienen otros. Tiene los oídos cansados de “salud para sentirlo”; ya no distingue las palabras, debe ser muy tarde; aunque el sueño no le vence, no puede con su cuerpo.

Las horas se convierten en un transcurrir lento del tiempo, como la lluvia fina, que no cesa, pero que tampoco termina de mojar el suelo. Ahora escucha las voces cada vez más lejanas, y se sobresalta, ha dado una cabezada y se ha despertado con un nuevo pésame. Se avergüenza de haber caído rendida, no sabe cuánto ha pasado así, porque está viendo despuntar un nuevo día, antes estaba oscuro, quizá fue un minuto antes… o una hora…


Gracias por su tiempo

jueves, 5 de agosto de 2010

Arreglo familiar. IV

- ¿Cómo sigue tu hermana Rosario?

- Sigue en cama, mi madre les lleva el avío todos los días. No le baja la fiebre y le duelen todos los huesos.

- ¿Qué le dice el médico?

- Qué le va a decir…

Sigue lavando apesadumbrada, se temen lo peor, pero no lo mencionan, porque tiene su hermana un chiquillo con tres años y una niña con cuatro meses. Ha pillado lo mismo que la otra que se le murió, las malditas fiebres de Malta, que tanto daño hacen a los cuerpos débiles. Reza todas las noches para que la hermana sane y no se queden los niños sin madre, al pobre amparo de ese hombre que detesta a pesar de que no le trata más que de tarde en tarde.

Han seguido llegando mujeres, la que no ha podido antes, va viniendo después. El sol está ya en lo alto cuando María termina con sus trapos. Otra mujer le pregunta por la hermana enferma.

- Luego, cuando llegue el buen tiempo, la lleváis unos días a la sierra, a que se le abran las ganas de comer, y verás como se pone hermosa otra vez, como antes.

Pero lo dicen por animar a María, porque saben que Rosario nunca ha sido muy fuerte, aunque se criaba más hermosa que ella. Las fiebres se llevan a mucha gente, y ya va para muchos días las suyas. Lo saben, lo saben y no lo dicen.

Le cuesta llegar con el barreño cargado de ropa mojada. Se para en el camino un rato y deja que el sol le dé en la cara, pero no puede entretenerse mucho, porque tiene demasiadas cosas por hacer y los días son cada vez más cortos.

Cuando va llegando a casa, se asusta de ver el gentío en la puerta. Primero teme por su padre, pero en seguida la asalta un pensamiento de la hermana que yace en la cama. Escucha los gritos de su madre, y no le cabe duda, son los gritos de una madre, no de una esposa.

Se abre paso entre la gente, se resisten a moverse, porque no reconocen a la hermana de la difunta y creen que es cualquiera que intenta colarse.

Ve a su cuñado, sentado a la mesa inmóvil, con los codos apoyados y las manos en la frente. Ni siquiera gime. Le han sacado de la taberna para darle la noticia; una vecina la ha encontrado en el último suspiro cuando le llevaba unas gachas. El niño estaba jugueteando por la casa y ni se daba cuenta el angelito, la chiquilla no dejaba de berrear, pero es algo que lleva haciendo casi sin descanso desde que la madre cayó enferma. Dicen las viejas que es porque sabe que su madre está mala, pero esta vecina dice que lo que tiene la niña es hambre, desde hace días, porque la leche de la madre no le sirve, y se va a morir si no dejan que ella le dé de la suya, porque también tiene un niño chico, y seguro que tiene para los dos. Así que cuando el padre se ha encaminado a la casa de la suegra para dar la noticia, la vecina se le ha venido detrás con la niña en brazos, enganchada al pecho ya, y chupando como sólo un bebé hambriento es capaz de hacerlo. El otro niño detrás de sus faldas, sin entender nada de lo que pasa.


Gracias por su tiempo.

lunes, 26 de julio de 2010

Arreglo familiar. III

Al regresar a la casa, el padre ya está sentado al lado de la ventana, es el lugar más adecuado, porque desde allí mismo, verá la puerta, y el campo si la dejan abierta. Si sale el sol y no llueve como ayer, su mujer le llevará afuera, a que lo tome un rato.

Entra María y deja los huevos en la mesa.

- ¿Te los has puesto en los ojos?

- Sí madre.

Vuelve cada una a lo suyo. La madre amasando pan, más tarde se acercará a la parata a coger unas verduras, y a la casa de su hermano Juan, que es quien le lleva la tierra desde que el marido se quedó inútil y le tiene que dar cuentas de cuánto ha gastado en la semilla de los tomates que plantó hace semanas. María coge un enorme hato lleno de sábanas y ropas porque se va al canal a lavar. Se queja por dentro, y se mira las manos, que estarán picadas otra vez cuando venga el baile. Dice su madre que los mozuelos quieren a las muchachas de manos picadas y a las de duros callos, porque no temen al trabajo. Pero le duelen por la noche los dedos, de soportar el agua helada, y la piel le da tantos picotazos que la tienen en vela un rato, hasta que el sueño vence a la molestia.

Le pesa el hato en la espalda, porque es una chica menuda, y casi le tapa medio cuerpo el bulto con las ropas. Su madre también dice que a los mozuelos les gustan menuditas, porque son más llevaderas. A saber qué querrá decir su madre con tanto dicho que lleva y trae para cada cosa de la que ella se queja. Menudita y poco fuerte, lo que pasa es que está hecha al trabajo desde que era niña y a fuerza de acarrear agua y de correr detrás de las cabras, el cuerpo se hace resistente. Coge el barreño de lata con la otra mano y echa a andar.

Tiene las alpargatas mojadas, porque anteayer también fue al canal a lavar, y es raro el día en que no pillan agua mientras trajina. Ayer no hizo sol, así que no pudo ponerlas a secar. Dice su padre que le hará otras de esparto trenzado, en cuanto ella le lleve un manojo del campo y pase el hombre que vende las suelas. Ella las quiere de tela, y se ha pasado noches bordando, pero ahora le da pena gastar esa tela en echársela a los pies.

Llega al canal la primera también, no le duele el sueño, y ninguna de las otras mujeres le da alcance hasta que no pasa bastante rato. Se ha traído unas pastillas de jabón para Juana, que le dio los hilos con los que ha bordado la tela para las alpargatas. Bien caros le van a salir los pies, y eso que no ha contado el precio de las suelas.

Escucha a Juana, que es la segunda en llegar, tiene tres hijos, un marido y a su padre en casa, así que todos los días da un viaje al canal. Está encinta de cinco meses, pero tiene que atender la casa igual. María le da las pastillas de jabón, y la otra se lo agradece, no hay jabón más bueno que el que hace esa chiquilla, así que le ofreció el canje por los hilos con toda intención.


Gracias por su tiempo.

sábado, 17 de julio de 2010

Arreglo familiar. II

Es la primera en bajar a la cocina, tiene que preparar el desayuno para los tres. Pone las trébedes en el fuego, y encima la olla para recalentar la leche hervida del día anterior. Saca pan duro de la alacena, y descuelga el tocino para ponerlo en la mesa también, porque a su padre le gusta desayunar fuerte, y no se conforma con tomar leche con sopas. Al correr las cortinas de la ventanilla de la cocina, se da cuenta de que el sol ya despunta, y se da más prisa, aunque esperar a que la leche hierva mientras se mira…

Oye la voz de su madre:

- ¡María, ven acá!

El padre se ha despertado y hay que ayudarle a levantarse y a hacer todas sus cosas. El hombre se siente inútil, pero deja que las mujeres le alisten sin rechistar. Ayuda en lo que puede, e intenta no ser una carga, pero de poco sirve. Da gracias a Dios por ser poquita cosa y permitir que aquellas mujeres le puedan llevar de un sitio a otro, o se pudriría en esa habitación, porque quiso el médico regalarle una silla de ruedas de segunda mano que había desechado una tía suya en la ciudad al morirse ya de vieja, pero se la tuvieron que llevar de vuelta, ese suelo de tierra apelmazada no permitía que las ruedas rodaran. Así que cuando terminan de asearle, le cogen por debajo de los brazos y le llevan a la cocina. Ahí ya tienen la leche con sopas, María se la toma medio de pie, medio sentada, que se queda, que se va.

- ¿Miro a ver si hay huevos, madre?

- A ver si hay alguno, que tu padre se come uno cocido a media mañana si los hay.

Hace un frío que pela en la calle, y María se tapa la boca con la toca. Es una toca vieja y negra de la madre, que ha dado ya tantos viajes al agua, que ni la sombra es de lo que era, pero tampoco va a echar el abrigo bueno para ir al gallinero. Otra vez está enfangado, por las cuatro gotas que cayeron ayer, que agua al campo no darán, pero sí que inundan la paja y le dan más trabajo a ella. Si hoy sale el sol, tal vez la seque y no tenga que andar con la pala sacando paja mojada.

Levanta a las gallinas una por una, a ver si hay huevo. Hay dos, los coge y se los lleva a los ojos. Dice su madre que ese calor de huevo recién puesto es bueno para la vista. Luego tienta a las gallinas a ver si alguna pondrá, y ve que hay dos más en paraje, así que a medio día volverá a por ellos. El gallo le viene al encuentro cuando ya casi sale del corral, y se le arrima encelado para picarle, celoso de haberla visto registrar a las gallinas. Pero María, que ya sabe lo que se cuece en el gallinero, nunca entra desarmada, y lleva la caña de la escoba pillada bajo el brazo. Apenas le ha oído cacarear, le ha enseñado el palo y el gallo se ha retirado para atacar por otro flanco. No son animales listos, quizá por eso acaban en la olla. Los conejos están en las madrigueras, les oye, pero no salen, hay gazapos nuevos y les guardan del frío de la madrugada. Cuando venga a por los otros huevos se entretendrá un poco con ellos, el único juego que todavía se permite.

...

Gracias por su tiempo.

viernes, 16 de julio de 2010

Arreglo familiar. I


María se levanta. Aún no es de día cuando pone el pie en el suelo, que está frío y polvoriento, pero el gallo ha cantado, así que el sol ya está medio espabilado. Es mejor no llegar tarde al amanecer o el retraso acabará echándole delante antes del medio día.
Está helada, que no es mal remedio para despegar los ojos, vierte agua en el zafero, y puñados a la cara. Ya no se puede estar más despierta. Ahora duerme sola, desde que Rosario se casó, y ya va para tres años. Entre el hermano que murió en la guerra civil, la hermana que casó y la que se llevó las fiebres de Malta, se ha multiplicado el espacio y el trabajo. A las otras tres hermanas ni las echa de menos ya, porque también casaron hace años, con mozuelos de pueblos vecinos, y apenas si las ve en las fiestas de la Virgen. Menos mal que también se han reducido las camas, y con ellas, las sábanas que lavar en el canal, porque aún no termina de llegar el invierno y tiene las manos picadas de mezclar la sosa con la manteca, y sacar ese jabón que maldice cada vez que viene de lavar. “Por mucho cuidado que tenga, madre, la sosa me come las manos, si no lo hace a la ida, lo hace a la venida”. Y así es, si no se quema mezclándola, termina por quemarle la piel lavando.
Menos sábanas, sí, pero no muchos menos animales. Están las gallinas, con el corral aguado cada vez que llueve, porque no hay hombre que repare ese techo en condiciones, desde que su padre se partió la espalda cargando monte. Y hay que tenerlo seco, o las gallinas acaban baldadas. El cuñado José, el marido de Rosario, promete que vendrá a arreglarlo, pero es un mal trabaja, y se entretiene más en la taberna que en el campo. Cuando llega le calienta el cuerpo a los hijos con el cinturón, y a la mujer, si se pone en medio. Un mal trabaja, mal ojo tuvo su padre al buscarle aquel partido. Tal vez ella tenga más suerte con el ojo de su madre, quien no tardará en buscarle novio, porque ya está en los dieciocho y el arroz empieza a hervirle. Eso si no pasa lo que las vecinas le chismorrean, que al estar su padre malo, la dejarán soltera para ayudar a su madre a cuidarlo.
...
Gracias por su tiempo.

jueves, 8 de julio de 2010

Arriba España

No consigo, y ustedes sabrán perdonar mi inconsciencia, contagiarme del entusiasmo pasajero que embarga desde ayer a la ciudadanía. Antes de que me maljuzguen les hablaré de mi incapacidad para dejarme llevar por la emoción colectiva: fútbol, conciertos, bodas-comuniones-bautizos... y demás eventos que obligan por costumbre y educación a olvidar el mal propio invitando a sonrisas al homenajeado.
Tengo un amigo a quien respeto mucho (no se me ofendan los demás, cada uno lleva su parte). Mi respeto viene de su capacidad de análisis de la realidad. Podría confundirse con falta de ilusión, podría confundirse con falta de emoción, o pasión, o felicidad, o mil cosas cuyos vanos nombres usamos a diario muy alegremente. El otro día me decía que nos conformáramos con no ser infelices, porque aunque la felicidad no se llega a palpar más de un periodo de tiempo que siempre sabe a poco, la infelicidad es absolutamente palpable en cada uno de sus segundos. Mucha gente no llegará nunca a ser feliz, en cambio prácticamente todo el mundo saboreará la infelicidad, y posiblemente la viva prolongada en el tiempo.
Ahí entran las emociones superfluas mencionadas. Agarren una bandera y bésenla. Sean felices esos insstantes fugaces en que consiguieron ponerse en el lugar del jugador que marcó ayer el gol... o en la piel de alguien que haya sido capaz de ello.
Bébanse su dosis de felicidad y vuelvan luego a su vida cotidiana. Sumen emociones aisladas si quieren sentirse felices. Y no me lleven a la pira aún, que tengo más cosas incómodas que decir.

Gracias por su tiempo.

sábado, 3 de julio de 2010

Nada nos salva de la quema

Bien, en esta ocasión intentaré acercarme a ustedes sin hacer referencia directa o indirecta a la palabra "oreja", de la cuál abusé ayer. Sí, sé que hay más términos en el diccionario, doy fe mirando el tomo que adorna mi estantería.
Está muy mal visto ser buena persona. Les aviso. Y de nada sirve que hagan o deshagan al respecto. Supongo que al fin y al cabo, ser buena persona es un "exceso" de ser persona, y como todo exceso que se precie, es susceptible de ser recriminado por el transeúnte de turno que se para y dice en primer lugar: "ummm, no se puede ser tan buena persona, debe haber algo más". Así que en primer lugar vemos que, la buena persona, como mínimo, es un individuo sospechoso. En segundo lugar el transeúnte concluye (para juzgar, y digo en segundo lugar porque el juicio no es el término de la observación, el final de la maniobra): "uf, no es buena persona, es imbécil si deja que se aprovechen así de él (o de ella)". Un buen día el transeúnte se levanta y dice: "puf, mal negociante, hizo todo por los demás, no recibió nada a cambio, así le ha ido".
La mentalidad mercantilista nos asedia, nos acosa, nos obliga y, en último término, nos acaba cambiando. Hay un momento clave en que se debe elegir a uno mismo o a los demás. Requiere de un esfuerzo incalculable llegar a distinguir si lo que queremos es lo que queremos o es lo que quieren los otros. Mantener una imagen de mercader saludable cuesta, así también llegamos a hacer concesiones, y acabamos vendiendo el alma o comprando nuestra propia libertad de acción. Es difícil caminar sin mirar atrás escuchando el estruendo del camino que no se ha de volver a recorrer porque se va derrumbando tras nuestros pasos. La vida otorga pocas oportunidades de corrección. Como decía uno de mis personajes en una de mis novelas que no se han leído: si equivocas el camino vas a dar a ninguna parte.
Por eso hoy les vengo a decir (y tan sólo habiendo escrito dos veces con esta la palabra "oreja") que nada nos salvará de la quema. Si somos malos porque somos malos, si somos buenos porque somos buenos. El vulgo quiere carne a la parrilla, y acabará quemando sus propias naves con tal de que el fuego no se extinga.

Gracias por su tiempo.

P.D.: A veces se da porque no se tiene nada que perder.

viernes, 2 de julio de 2010

Agujetas en el alma

Me arriesgo a una nueva entrada, y me arriesgo en el sentido de las agujetas. No crean que una cuelga el lápiz en la oreja a costa de nada y sin razones que la empujen a la desgana. Retomo el blog por razones equivocadas. Debería ser porque el lápiz quemara mi oreja, que suele ser lo que me achucha en último término a darle masajes a mi teclado. Debería... callarme, si no tengo nada que decir, amiga como soy de los silencios vacíos, y no de las calladas a destiempo, que no traen más que líos.
Cuando se habla por no estar callada, habría que hacer referencia a los pajaritos que cantan, a las nubes que se levantan. Habría que dar gusto, al menos, a las orejas que escuchan o a los ojos que leen.
Sigue el sol saliendo cada mañana. Como ya les dije en una columna muy anterior: la vida obliga, reléanla si es que se han quedado con ganas de algo.

Gracias por su tiempo.

jueves, 10 de junio de 2010

Zapatero sin zapatos

Señores, Zapatero se ha sentado a la mesa, como un buen padre, a repartir como Dios le dé a entender. Esperemos justicia la justa. Ya se sabe que en amores filiales siempre hubo preferencias y cariños no correspondidos. Que no critico, ya me conocen, sólo afilo mi lengua a tenor de las circunstancias.

Ahí le tienen: lejos de provocar un desastre en Europa, le llueven los halagos en el exterior, mientras en su país, de aguas revueltas, todo se le vuelve “vayanses”.

Él suma y compara, intenta buscar referencias de paros en otros tiempos de crisis, haciéndonos a todos un ejercicio de dicción, pues alumbra las palabras que ya deberíamos saber.

Que parece ser que “ha dicho” que se quedará hasta el final. No espero menos, digamos. Adelantar las elecciones es dejar el país en patas, en la transición de “ahora monto mi gobierno” se nos quedan tiesos más de cuatro que ya van a rastras. No veo yo que ni éstos… ni los otros, ni los de más allá, sean capaces de capear un temporal sin mojarse la ropa.

La historia no habla sobre los cobardes.

Gracias por su tiempo.

martes, 8 de junio de 2010

Apaga y vámonos

La factura de la luz sube un 4%. (Más el IVA)

lunes, 7 de junio de 2010

Culpable XI

El hombre de gris oscuro rompió a reír, de manera grotesca, sin preocuparle la disonancia que eso provocaba en aquel lugar, en que todos lloraban, si de expresar emociones se trataba.

- Ha batido el record de paciencia. Los otros acusados ya habían esgrimido esa excusa antes de salir de la carpa de Cruz Roja.

- ¿Otros? ¿Trae a todos aquí?

- Aquí, allí… qué más da. Todos los campos de refugiados son el mismo, y todos los muertos, y las guerras y los enfermos… y los sanos… siempre son los mismos. Usted, a quien tan larga vida le espera, ¿tendrá tiempo para reflexionar sobre la realidad? Porque esto, también es la realidad.

Felipe se frotó las manos, nervioso. La situación parecía haber llegado a un callejón sin salida, no veía cómo podría acabar eso, ni qué le esperaba ahora. Quién le juzgaría, o le condenaría. Aunque todo aquello resultara una locura, no había duda de que estaba en manos de esa gente. Le habían sacado de su casa en plena noche, y le habían llevado a un lugar que desconocía por completo, entre gente que ni siquiera parecía verle. Agitó la cabeza de un lado a otro a ritmo de “no sé, no sé, no sé”.

Despertó. Al abrir los ojos, estaba en su cama. Instantáneamente reconoció la sensación de que todo había sido una pesadilla. El hombre de gris oscuro, el hombre sin piernas, el chico sin brazos, el agua podrida…

Miró el reloj de la mesita, eran las seis de mañana. A pesar de la hora cogió el móvil y marcó un número.

- Hola, cariño… , no, no pasa nada. He tenido una pesadilla y quería oír tu voz, es todo. Luego te hago una videollamada. Tengo un regalo para ti… sí… ya sabes… ese anillo con diamantitos del que te enamoraste… Hasta mañana.

Por la mañana, cuando se levantó, cuando estuvo frente a su ordenador, antes de la videollamada, miró su cuenta bancaria y ordenó una transferencia a una ong, por bastante más que los cafés de un mes, tal vez así consiguiera no tener más pesadillas.

Fin.

Gracias por su tiempo

sábado, 5 de junio de 2010

Culpable X

Siguieron caminando hasta salir por el otro lado de la carpa. Dejaron atrás el horrendo espectáculo de quejidos y miseria.

- El médico me ha dicho que tiene también varios casos de escorbuto- se paró una vez más y contempló a su alrededor- no crecen muchos naranjos por aquí, ¿verdad?- guardó silencio un segundo y prosiguió- ¿Es usted de esos que toman naranja exprimida en bote refrigerado porque no tiene tiempo de pelar una naranja?

- No puede acusarme también de eso. Usted conoce la vida en occidente, el reloj siempre nos pisa los talones.

- Claro, claro. Tienen mucha prisa en hacer todas sus cosas, para tener más tiempo para su ocio, para viajar, para leer, para broncearse la piel… Sí, conozco muy bien occidente.

Continuaron una vez más el camino, hasta llegar a una especie de charca que era el abastecimiento de agua del campamento. ¿Agua? Podría decirse, pues era líquido, y parecía ser esa la única semejanza con lo que suele llamarse agua. Aún así, había gente recogiéndola.

- A veces hay suerte y viene agua potable, aunque organizar ese abastecimiento suele ser más complicado que traer medicinas en cajas, así que el la última agua limpia que bebieron fue en el otro campamento. Algunos han muerto ya de disentería- miró en dirección a la carpa- otros no tardarán, no suelen estar en el “hospital” de Cruz Roja, no cabrían todos.

El hombre de gris oscuro se agachó, y haciendo con su mano un cazo, cogió un poco de agua y la ofreció a Felipe, quien volvió ligeramente la cara y bajó los ojos.

- Yo tampoco voy a beberla, necesito estar sano para hacerles justicia- y recorrió a todos con la mirada, describiendo un círculo que comenzó con la cara y terminó con el cuerpo.

- ¿También se me acusa de esto?

- Claro, en su justa medida. No vamos a cargarle todos “los muertos”. Jamás ha levantado el teléfono para marcar el número que sale al pie del anuncio de televisión que dice: “ellos también necesitan agua limpia”. Creo que también ponían un mínimo de esos… un euro y medio más o menos. Sí, dice algo como: con un euro y medio damos de beber a…

Tiró el agua que le quedaba en la mano y sacó un pañuelo blanco de la chaqueta y se la secó.

- Se le acusa de diez enfermos de disentería. Menos de lo que gasta en cafés al mes, si lo traduce a dinero. Mírelos, aunque les dejáramos toda la vida para reflexionar, jamás podrían imaginar ni de lejos lo que es la suya. Bueno, hablo de toda una vida como la de usted, porque ellos tienen una esperanza de vida de 30 años, no es suficiente para esa reflexión- sonrió-. Si les contara cuánto gasta en cafés al mes, posiblemente no le creyeran. ¿Por qué iba a gastar dinero en algo inútil pudiendo comprar maíz, o medicinas, o… agua? Cuénteles que usted compra las manzanas en cestitas individuales por higiene. O que compra la fruta exprimida en bote, con tal de no pelarla. También podría contarles que se lamentó de haber tenido que dejar su móvil en casa, un móvil que funciona gracias a la muerte de niños, puesto que son ellos los que extraen el mineral que ha revolucionado la tecnología de su mundo. Y podríamos estar así horas. Su expediente es largo, penoso, lamentable. Me avergüenzo de usted.

- Oiga, yo no he inventado este mundo…


viernes, 4 de junio de 2010

Malas previsiones

Me veo obligada a hacer un inciso en el kilometraje de andadura de mi cuento, al cuál ya le queda poca vida, para romper el silencio de otro mártir. Ya saben cómo soy, hay noticias que me calientan los dedos, y si no escribo, me revienta el alma.

Hablo del tipejo de sesenta y dos años que se ha quitado la vida en el quinto pino una semana después de haber asfixiado a su santa. No le culpo, ni le señalo, mucho menos le juzgo en modo alguno, pero sí le recrimino un ligero detalle… en el orden de su actuación: debió colgarse del poste antes de quitarle la vida a su señora. El orden de los factores, en la vida, sí altera el producto.

Gracias por su tiempo.

jueves, 3 de junio de 2010

Culpable IX

Felipe se mantuvo quieto, ni siquiera se encogió de hombros, consciente de que nada de lo que dijera aligeraría sus “acusaciones” en lo más mínimo.

- ¿Cuántos céntimos echó en el sobre de la colecta de las ongs la última vez?- se le acercó a la cara y le dijo despacio- ¿cuántas de éstas vidas ha salvado usted?- silencio.- Quizá podamos echar cuentas, ya sabe, sumo… resto…-hizo una pausa- También… se le acusa de la muerte de un anciano hace dos horas por faringitis. Hay más muertos, claro, pero no todos derivados de sus actuaciones.

El hombre de gris oscuro atravesó la carpa y se paró a hablar con dos monjas, en francés. Luego, se dio la vuelta y le habló a Felipe.

- Estas dos religiosas dicen que perdieron a un sacerdote y una hermana hace dos meses en el otro campamento- silencio- el que había antes de montar este provisional. El otro fue arrasado por hombres armados, ellas no saben ni para quienes trabajan, o a quienes obedecen. Obedecen al dinero, yo no me detengo mucho en ese tipo de cuestiones. Miro más el resultado, y este fue de ciento ochenta y tres muertos, que quedaron allí, más unos cuarenta y dos que murieron por el camino…, sume…, reste…. Casi nadie aquí es cristiano, mucho menos católico, pero eso a ellas les da igual, vienen a ayudar, predicarían si tuvieran tiempo…

- Ahora me dirá que se me acusa de todas esas muertes que dice.

- No, de todas no, pero no olvidemos que usted participa de todo esto, si no se le acusa de esas, de otras será. Nada se nos escapa.

- ¿Y usted? ¿En qué modo evita todo esto de lo que me acusa a mí?

- ¡Oh! Conozco esa actitud de autosuficiencia, la leo en sus ojos y la escucho en el tono de su voz. Empieza a tomar a broma todos los cargos, porque ya ve “de qué va la cosa”.

- No está bien que me juzgue antes del juicio.

El hombre de gris oscuro le miró impasible. La actitud de Felipe no conseguiría quitar importancia a la evidencia. Las monjas volvieron a hablarle mientras miraban a Felipe y dejaron entrever una sonrisa de bondad.

- Me dicen que se le acusa de las muertes de las religiosas, pero que no presentarán cargos, que le perdonan. Curioso.

miércoles, 2 de junio de 2010

Culpable VIII

Felipe guardó silencio a la espera de que el hombre siguiera con la explicación, no quería interrumpirle ya que al fin se había decidido a hablar.

- El chico perdió los brazos al tocar una mina “antipersona” que estaba a la vista. Antipersona, qué nombre más curioso. Ustedes, los de occidente, las desarrollaron y fabricaron para defenderse de personas como ese chico sin brazos.

- No es así.

- ¿No? ¿Cómo ha llegado entonces a no tener brazos?

- Las cosas no son…

El hombre de gris oscuro se puso el dedo en la boca, haciéndole callar delicadamente.

- Le decía que la guerra la ha provocado el dinero. Aunque no ha sido la guerra lo único que el sagrado metal ha engendrado. Vayamos por aquí.

Pareció tomar un atajo entre el enjambre de gente, pero la verdad, todo aquel espacio era igual, gente y más gente, ociosa, porque nada había por hacer, salvo consumirse en silencio, esperar ayuda, aguardar la muerte o la salvación.

El hombre de gris oscuro se detuvo una vez más, era una parada imprevista, a juzgar por la forma en que lo hizo.

- Esta mujer ha perdido a dos niños, uno de cinco años y otro de ocho. Los ha perdido en la mina. Son los niños quienes trabajan en ellas, porque así no hay que hacer túneles grandes, que requieren de infraestructura y gasto “innecesario”, ya sabe… reducción de riqueza para occidente. Un túnel pequeñito… se sostiene por sí solo, en el mejor de los casos, claro. Los hijos de esta mujer entraron una mañana, y ya no volvieron a salir. También es consecuencia de sus actuaciones, por tanto… está acusado de sus muertes.

Esta vez Felipe no dijo nada, porque de nada servía lo que pudiera decir. El nudo en el estómago era todo cuanto tenía por respuesta. Siguió caminando en silencio detrás del hombre de gris oscuro. Llegaron a una enorme carpa con una cruz roja pintada fuera. El hombre de gris oscuro se paró con un médico y le habló en inglés.

- Dice que hay una epidemia de faringitis, desde hace unas dos semanas. Lleva cinco días sin antibióticos y ya se le han muerto bastantes pacientes, ancianos y niños principalmente. Son los más débiles… ya se sabe. Dice que fabricar una dosis de antibiótico cuesta unos diez céntimos, pero que no hay fondos para este campamento ahora mismo. ¿Qué fue lo último que compró usted con diez céntimos, señor Román?

martes, 1 de junio de 2010

Culpable VII

El viaje en coche fue duro, polvoriento, húmedo, largo. Y al fin llegaron, después de dos incómodas horas, hasta una verja. Alguien vino a abrirles. Los seis hombres entraron. Felipe ya no tenía que ir asido por los brazos. La curiosidad cobraba protagonismo frente al miedo, y le hacía centrarse en lo verdaderamente importante, en el “qué está pasando”.

El hombre de gris oscuro se dirigió a los otros.

- Ya me ocupo yo.

Y se dieron la vuelta sin más. Empezó a caminar despacio, y Felipe le siguió el paso. Ahora sí comenzó a explicar.

“Este es el lado más desagradable como consecuencia de sus actuaciones. Todas estas tiendas pertenecen a refugiados que llegaron hace dos días. Nada nuevo. Esa madre llego ayer con su hijo muerto en brazos, por hambre. No han conseguido quitárselo aún para enterrarlo, por lo que puedo ver. Las madres aquí son igual de madres que en su tierra, y soportan un dolor que usted no puede ni imaginarse. Ha venido aquí huyendo de su poblado. Unos soldados lo arrasaron e incendiaron, robaron lo que tenían, y les dejaron sin alimento. Por el camino encontraron a gentes de cuatro poblados más que se dirigían aquí. Han caminado todos ellos diez días. Sin comida, sin agua. Esta es la primera de las acusaciones que recae sobre usted.”

- Pero está loco. ¿Cómo voy yo a ser culpable de…

- Del éxodo de cinco poblados, sí. Y más.

Siguieron caminando, entre gentes tiradas por el suelo, niños que lloraban, mujeres que se quejaban sin fuerzas, en suspiros. Se detuvieron delante de un chico sin brazos, de unos catorce años.

- He aquí otra de las acusaciones que recaen sobre usted. El chico sin brazos, al igual que el hombre sin piernas, le acusa.

- Pero… si ni siquiera me mira…

- No, no sabe quién es usted. Sin embargo, sabe de su culpabilidad.

- Esto no tiene ningún sentido. Debe llevarme al avión y devolverme a mi casa.

Pero el hombre de gris oscuro no le hizo caso, siguió caminando entre la gente.

- Esta gente ha huido de una guerra civil, curiosamente por la única razón que una persona como usted puede entender: dinero, dinero para occidente, riqueza.

lunes, 31 de mayo de 2010

Culpable VI

Una ligera desesperación abordó de nuevo a Felipe, pero apenas duró unos segundos. Su estado de ánimo era cambiante, inconcreto, porque no le daba tiempo a asumir todos los acontecimientos, que a su vez eran cambiantes también, y no parecían guardar correlación. Ridículo. Intentaba decidir si continuar con las preguntas o guardar silencio y resignarse. No obstante, la curiosidad superaba a la racionalidad.

- ¿Adónde vamos?

- A un campo de refugiados.

- ¿A un campo de refugiados?

El hombre de gris oscuro guardó silencio antes de proseguir, miró a su compañero, que era quien conducía. Luego miró el camino que se abría ante ellos, el desierto acababa, y Felipe daba gracias a Dios por ello, no sabía que en aquel lugar era preferible a los caminos cerrados entre vegetación y arroyos, que crecen por doquier después de las lluvias.

- La orden dice que debe ver con sus propios ojos las consecuencias de sus actuaciones.

- No entiendo qué tengo yo que ver con un campo de refugiados, jamás he tenido el más mínimo roce con este lugar… o sus gentes. Ni siquiera sé dónde estoy. También decía su orden que debía explicármelo todo.

- La orden se refiere únicamente a lo relacionado con las consecuencias de sus actuaciones.

- ¡Pero es que no sé de qué actuaciones me habla, no guardo la más mínima relación con todo esto! ¿Desierto, selva? Si nunca los he pisado.

Volvió la cara hacia la parte trasera del jeep. Allí había sido acomodado el hombre sin piernas. Los dos hombres le acompañaban también, y sujetaban la silla para que no se moviera con los baches del camino. El hombre tenía la mirada perdida. Salvo la interjección que soltó en su casa, no había vuelto a decir nada. Tampoco parecía escuchar, y si lo hacía, no comprendía, ni le daba la más mínima importancia. Tenía la expresión complaciente de quien ve el objetivo de su vida cogido entre sus dedos, el gesto de la justicia. O eso era lo que Felipe veía, pues aunque no era él el culpable de las acusaciones, era obvio que aquél hombre sin piernas comenzaba a sentirse resarcido de algún modo.

domingo, 30 de mayo de 2010

Culpable V

Avión, sí, había dicho avión. Le llevaban lejos, sin duda. Y no podía llevarse el teléfono. ¿Cómo iba a comunicarse con quienes pudieran ayudarle? Le secuestraban en su propio domicilio, en medio de la noche, le acusaban de haberle cortado las piernas a una persona que le había sido ajena hasta el preciso instante de entrar por la puerta de su casa. Se lo llevaban, le habían cogido por debajo de los brazos; no le habían esposado, pero le habían vestido y se lo llevaban por las axilas. Entraría en colapso de un momento a otro, podía sentir cómo su corazón amenazaba con dejar de funcionar en cualquier momento, cómo golpeaba su caja torácica intentando quitarse la vida, quitarle la vida.

Despertó cuando el avión tomaba tierra, en una especie de páramo muerto toscamente allanado, y ocupado por militares. Sin duda, había sido sedado de algún modo. Era un avión de carga el que les había llevado hasta allí. Unos cuantos asientos y varios sacos de algo al fondo. Nada más pisar tierra vomitó. Nadie se sorprendió de ello, se hacían cargo de que la situación era irregular, así que ni mudaron el gesto. Tampoco hicieron nada por aligerarle el trance. Esperaron sin más. Luego subieron todos a un jeep militar, y atravesaron la agreste llanura que era el aeropuerto.

- ¿Dónde estamos?

- En África.

- ¿Podría concretar más?

El hombre de gris oscuro se encogió de hombros con desgana.

- ¿Para qué?

sábado, 29 de mayo de 2010

Culpable IV

Se aceleró su pulso, y las manos temblaron más, se dejó caer en un sillón, y un bochorno insoportable le invadió hasta el último poro. Luego el frío, que le dejó insensible y adormecido durante escasos segundos.

- Esto es absurdo… yo no he hecho nada…

El hombre de gris oscuro miró a su compañero.

- Que pase el hombre sin piernas.

Felipe miró súbitamente la puerta. Dos hombres de color entraron como pudieron, portaban una especie de silla en la que estaba sentado el hombre sin piernas. También era de color.

- Yo… yo no he visto a este hombre en mi vida.

- Lamentablemente, no haberle visto no le exonera de su culpa. Le ha hecho daño igualmente.

Los dos hombres acompañaron a Felipe hasta su habitación y le ayudaron, primero a desvestirse, luego a vestirse. Se dejó hacer, inmerso en una especie de estado de shock.

Cuando ya se disponían a salir, Felipe se volvió para coger su móvil. El hombre sin piernas gritó, un sonido extraño, ininteligible para Felipe, pero que le asustó tanto que soltó el aparato comprendiendo de manera inconsciente que haber agarrado el móvil había sido la causa del sobresalto del hombre sin piernas.

El hombre de gris oscuro se apresuró a aclarar el asunto.

- Lo siento, la orden dice que en la hora de la detención las actuaciones del acusado serán frenadas por los agentes.

- ¿Qué tiene eso que ver con mi móvil?

- Le prometo que lo entenderá todo cuando el avión aterrice.

viernes, 28 de mayo de 2010

Culpable. Parte III

- Debería coger algunas cosas, nos espera un largo viaje.

- ¿A dónde? ¿Quiénes son ustedes? Márchense de mi casa o empezaré a gritar pidiendo ayuda.

El hombre de gris oscuro miró a su compañero.

- Le diré que tiene usted un juicio pendiente.

- ¿Un juicio, yo? Si yo no he hecho nada.

El hombre de gris oscuro… esbozó una sonrisa. Se levantó de pronto y le asió por el brazo. Felipe se sacudió con rabia.

- No me toque.- Y cumplió su amenaza de empezar a gritar.

- ¡Márchense de mi casa o llamaré a la policía!

El hombre de gris se rascó el mentón, el ruido de la barba que se abría paso entre la piel hizo un carraspeo estruendoso en el silencio de la noche.

- Debe acompañarnos, lo siento.

- No pienso ir a ningún sitio. ¿Tiene una orden de… arresto?

- Bueno, llevo una orden de extradición, ¿le sirve?

Sacó un papel blanco del bolsillo interior de su chaqueta y se lo tendió. Felipe lo leyó nervioso, le temblaban las manos:

“Orden de extradición para el sr. Felipe Román, nº de identificación: xxx, residente en xxx. Deberá acompañar a nuestros agentes al país que presenta la acusación y presenciar con sus ojos las consecuencias de sus actuaciones. Nuestros agentes deberán explicarle de una forma coherente durante todo el transcurso del viaje aquello que el acusado no sea capaz percibir con sus propios ojos. El hombre sin piernas les acompañará hasta la llegada al punto de destino en representación de los demandantes, tanto de los que siguen con vida como de los que han muerto a la fecha de la redacción de esta orden, así como de los fallecidos o afectados hasta la hora justa de la detención, en que las actuaciones del acusado serán frenadas por nuestros agentes.”

Gracias por su tiempo.

jueves, 27 de mayo de 2010

Culpable. Parte II

- ¿Es usted Felipe Román?

Felipe, que era él, se restregó los ojos y se ajustó la bata sobre el pijama de felpa. Ante la ausencia de respuesta, el hombre de gris oscuro volvió a preguntar. Exhibía una identificación en la mano, una especie de carnet de identidad.

- ¿Es usted Felipe Román?

- ¿Qué ocurre?

- ¿Es usted…

- Sí, sí, soy yo.

- Debe acompañarme.

- ¿Acompañarle? ¿Sabe qué hora es?

El hombre guardó silencio y repitió su última frase.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué debo acompañarle?

- Está usted acusado.

Felipe volvió a restregase los ojos, estaba muy cansado. Había trabajado hasta muy tarde preparando una charla y apenas si sostenía la cabeza sobre los hombros.

- ¿Acusado de qué? Yo no he hecho nada.

- No se precipite en juzgarse.

- Oiga… - e intentó cerrar la puerta, pero el tipo de gris oscuro interpuso un pie.

Otro hombre se dejó ver a un lado del quicio, se había mantenido oculto. El hombre de gris oscuro se abrió paso y entró en la casa. Pasó apenas unos segundos escudriñando todo cuanto veía. Era alto y de mirada terrible y sombría. Tomó asiento y el otro hombre atravesó la puerta y se hizo a un lado, custodiándola, pero no la cerró. La preocupación de Felipe ante la extraña situación comenzaba a pesar. Se sintió más despierto que nunca, aunque no estaba seguro de estarlo a su vida cotidiana.

Gracias por tiempo.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Culpable. Parte I

Con todo esto de los vertidos y el mundo que anda más en estilo mariposa que a grandes brazadas, se me ocurre hacerles partícipes de un cuentecillo que escribí hará ya unos dos años, y que anda criando polvo (por no decir malvas), en mi disco duro, como tantas otras cosas que tengo en mi portátil sembradas. Les advierto que no es agradable a los ojos sensibles, pero tampoco se revuelca en el mal gusto. Lo haré por entregas porque, aunque sólo tenga unas doce páginas, es largo para una columna.

Me dejo ya de introducciones y aquí les largo unos párrafos. Pasen y lean, si gustan. Se titula “Culpable”.

¿Han oído el timbre de sus casas a las cinco de la mañana? Espero que no. El zumbido es similar, igual. Pero no la forma en que resuena en sus oídos. Algunos ya nunca lo olvidan, se queda en ellos como una huella impresa en el vacío, como el miedo ancestral que despierta de manera imperceptible todas y cada una de las veces en que oyen ese mismo timbre el resto de sus vidas, y no sólo en sus propias casas. Es el sabor de lo que vino después, lo que les llega al paladar una y otra vez, de manera infinita, repetitiva, hasta la muerte.

Si suena el timbre… hay que abrir la puerta.

Gracias por tiempo.

martes, 25 de mayo de 2010

El pajarito de ayer

¿Qué ha pasado hoy en el mundo occidental? ¿Ustedes se han parado a escuchar? Yo no. Debería dar un vistazo al menos a la prensa digital.

Ah, han empezado. Noticias de mis grandes amigos “los deportistas de élite”, abucheos en la sesión de control al Gobierno, un nuevo vertido en Singapur…

Suficiente.

A estas alturas de la tarde, con tres cafés en el cuerpo, cuatro comidas y a esta hora tan tonta que es las siete de la tarde, soy incapaz de digerir más de tres titulares seguidos, no digamos ya el desarrollo de cualquier noticia en sí.

Quizá se pregunten angustiados qué ha sido de mi pajarito, el que ayer salvé de las garras de cualquier gato callejero, condenando a éste último a un ayuno ya sospechado, aunque no confirmado (así es la vida de gato callejero). Ha fallecido. Pero ya lo sabían, y si no, serían los únicos, porque fuera cual fuere el lugar en que dije ayer que había salvado a un pajarito en la calle, la respuesta era la misma: se morirá. A pesar de que decidió vivir, adaptarse a su nueva vida entre barrotes, a pesar de haber comido la fruta que se le ofrecía y deleitarnos con varios graznidos nada alarmantes, sino más bien reconfortantes… falleció hacia la media noche. Da qué pensar.

Gracias por su tiempo.

lunes, 24 de mayo de 2010

El pajarito caído

Terminaban las noticias cuando he llegado. Lo que he visto poco o nada me ha transmitido, cositas sobre tenis. Algo raro tengo, amigos míos, cuando no consigo conmoverme con las venturas y desventuras de nuestros deportistas. Del de la raqueta y de los de la moto. No crean que los desprecio, simplemente eso… no logran conmoverme.

Pero para que vean que mi alma no es de hielo, les diré que hoy he salvado a un pajarito de ser el almuerzo de algún gato callejero, que según se mire, ha sido una mala acción por privar de la vianda al gatito, que también es una criatura. En cualquier caso, el bicho ha sido debidamente instalado en un nuevo hogar en el que ha comido manzana apenas ha deshecho la maleta. También nos ha obsequiado con un graznido tan desagradable que haría llorar a los mismos angelitos del cielo.

En la vida ocurre igual, cuando se nos cierra una puerta… se nos abre la de una jaula. Y se cierra detrás de nosotros, como está mandado. Si somos listos, nos comemos la manzana y graznamos de vez en cuando, para que se sepa que agradecemos la fruta. Eso, por supuesto, no quita, que soñemos con pillar cualquier día la puerta abierta.

Gracias por su tiempo.