Mis novelas editadas

lunes, 26 de julio de 2010

Arreglo familiar. III

Al regresar a la casa, el padre ya está sentado al lado de la ventana, es el lugar más adecuado, porque desde allí mismo, verá la puerta, y el campo si la dejan abierta. Si sale el sol y no llueve como ayer, su mujer le llevará afuera, a que lo tome un rato.

Entra María y deja los huevos en la mesa.

- ¿Te los has puesto en los ojos?

- Sí madre.

Vuelve cada una a lo suyo. La madre amasando pan, más tarde se acercará a la parata a coger unas verduras, y a la casa de su hermano Juan, que es quien le lleva la tierra desde que el marido se quedó inútil y le tiene que dar cuentas de cuánto ha gastado en la semilla de los tomates que plantó hace semanas. María coge un enorme hato lleno de sábanas y ropas porque se va al canal a lavar. Se queja por dentro, y se mira las manos, que estarán picadas otra vez cuando venga el baile. Dice su madre que los mozuelos quieren a las muchachas de manos picadas y a las de duros callos, porque no temen al trabajo. Pero le duelen por la noche los dedos, de soportar el agua helada, y la piel le da tantos picotazos que la tienen en vela un rato, hasta que el sueño vence a la molestia.

Le pesa el hato en la espalda, porque es una chica menuda, y casi le tapa medio cuerpo el bulto con las ropas. Su madre también dice que a los mozuelos les gustan menuditas, porque son más llevaderas. A saber qué querrá decir su madre con tanto dicho que lleva y trae para cada cosa de la que ella se queja. Menudita y poco fuerte, lo que pasa es que está hecha al trabajo desde que era niña y a fuerza de acarrear agua y de correr detrás de las cabras, el cuerpo se hace resistente. Coge el barreño de lata con la otra mano y echa a andar.

Tiene las alpargatas mojadas, porque anteayer también fue al canal a lavar, y es raro el día en que no pillan agua mientras trajina. Ayer no hizo sol, así que no pudo ponerlas a secar. Dice su padre que le hará otras de esparto trenzado, en cuanto ella le lleve un manojo del campo y pase el hombre que vende las suelas. Ella las quiere de tela, y se ha pasado noches bordando, pero ahora le da pena gastar esa tela en echársela a los pies.

Llega al canal la primera también, no le duele el sueño, y ninguna de las otras mujeres le da alcance hasta que no pasa bastante rato. Se ha traído unas pastillas de jabón para Juana, que le dio los hilos con los que ha bordado la tela para las alpargatas. Bien caros le van a salir los pies, y eso que no ha contado el precio de las suelas.

Escucha a Juana, que es la segunda en llegar, tiene tres hijos, un marido y a su padre en casa, así que todos los días da un viaje al canal. Está encinta de cinco meses, pero tiene que atender la casa igual. María le da las pastillas de jabón, y la otra se lo agradece, no hay jabón más bueno que el que hace esa chiquilla, así que le ofreció el canje por los hilos con toda intención.


Gracias por su tiempo.

sábado, 17 de julio de 2010

Arreglo familiar. II

Es la primera en bajar a la cocina, tiene que preparar el desayuno para los tres. Pone las trébedes en el fuego, y encima la olla para recalentar la leche hervida del día anterior. Saca pan duro de la alacena, y descuelga el tocino para ponerlo en la mesa también, porque a su padre le gusta desayunar fuerte, y no se conforma con tomar leche con sopas. Al correr las cortinas de la ventanilla de la cocina, se da cuenta de que el sol ya despunta, y se da más prisa, aunque esperar a que la leche hierva mientras se mira…

Oye la voz de su madre:

- ¡María, ven acá!

El padre se ha despertado y hay que ayudarle a levantarse y a hacer todas sus cosas. El hombre se siente inútil, pero deja que las mujeres le alisten sin rechistar. Ayuda en lo que puede, e intenta no ser una carga, pero de poco sirve. Da gracias a Dios por ser poquita cosa y permitir que aquellas mujeres le puedan llevar de un sitio a otro, o se pudriría en esa habitación, porque quiso el médico regalarle una silla de ruedas de segunda mano que había desechado una tía suya en la ciudad al morirse ya de vieja, pero se la tuvieron que llevar de vuelta, ese suelo de tierra apelmazada no permitía que las ruedas rodaran. Así que cuando terminan de asearle, le cogen por debajo de los brazos y le llevan a la cocina. Ahí ya tienen la leche con sopas, María se la toma medio de pie, medio sentada, que se queda, que se va.

- ¿Miro a ver si hay huevos, madre?

- A ver si hay alguno, que tu padre se come uno cocido a media mañana si los hay.

Hace un frío que pela en la calle, y María se tapa la boca con la toca. Es una toca vieja y negra de la madre, que ha dado ya tantos viajes al agua, que ni la sombra es de lo que era, pero tampoco va a echar el abrigo bueno para ir al gallinero. Otra vez está enfangado, por las cuatro gotas que cayeron ayer, que agua al campo no darán, pero sí que inundan la paja y le dan más trabajo a ella. Si hoy sale el sol, tal vez la seque y no tenga que andar con la pala sacando paja mojada.

Levanta a las gallinas una por una, a ver si hay huevo. Hay dos, los coge y se los lleva a los ojos. Dice su madre que ese calor de huevo recién puesto es bueno para la vista. Luego tienta a las gallinas a ver si alguna pondrá, y ve que hay dos más en paraje, así que a medio día volverá a por ellos. El gallo le viene al encuentro cuando ya casi sale del corral, y se le arrima encelado para picarle, celoso de haberla visto registrar a las gallinas. Pero María, que ya sabe lo que se cuece en el gallinero, nunca entra desarmada, y lleva la caña de la escoba pillada bajo el brazo. Apenas le ha oído cacarear, le ha enseñado el palo y el gallo se ha retirado para atacar por otro flanco. No son animales listos, quizá por eso acaban en la olla. Los conejos están en las madrigueras, les oye, pero no salen, hay gazapos nuevos y les guardan del frío de la madrugada. Cuando venga a por los otros huevos se entretendrá un poco con ellos, el único juego que todavía se permite.

...

Gracias por su tiempo.

viernes, 16 de julio de 2010

Arreglo familiar. I


María se levanta. Aún no es de día cuando pone el pie en el suelo, que está frío y polvoriento, pero el gallo ha cantado, así que el sol ya está medio espabilado. Es mejor no llegar tarde al amanecer o el retraso acabará echándole delante antes del medio día.
Está helada, que no es mal remedio para despegar los ojos, vierte agua en el zafero, y puñados a la cara. Ya no se puede estar más despierta. Ahora duerme sola, desde que Rosario se casó, y ya va para tres años. Entre el hermano que murió en la guerra civil, la hermana que casó y la que se llevó las fiebres de Malta, se ha multiplicado el espacio y el trabajo. A las otras tres hermanas ni las echa de menos ya, porque también casaron hace años, con mozuelos de pueblos vecinos, y apenas si las ve en las fiestas de la Virgen. Menos mal que también se han reducido las camas, y con ellas, las sábanas que lavar en el canal, porque aún no termina de llegar el invierno y tiene las manos picadas de mezclar la sosa con la manteca, y sacar ese jabón que maldice cada vez que viene de lavar. “Por mucho cuidado que tenga, madre, la sosa me come las manos, si no lo hace a la ida, lo hace a la venida”. Y así es, si no se quema mezclándola, termina por quemarle la piel lavando.
Menos sábanas, sí, pero no muchos menos animales. Están las gallinas, con el corral aguado cada vez que llueve, porque no hay hombre que repare ese techo en condiciones, desde que su padre se partió la espalda cargando monte. Y hay que tenerlo seco, o las gallinas acaban baldadas. El cuñado José, el marido de Rosario, promete que vendrá a arreglarlo, pero es un mal trabaja, y se entretiene más en la taberna que en el campo. Cuando llega le calienta el cuerpo a los hijos con el cinturón, y a la mujer, si se pone en medio. Un mal trabaja, mal ojo tuvo su padre al buscarle aquel partido. Tal vez ella tenga más suerte con el ojo de su madre, quien no tardará en buscarle novio, porque ya está en los dieciocho y el arroz empieza a hervirle. Eso si no pasa lo que las vecinas le chismorrean, que al estar su padre malo, la dejarán soltera para ayudar a su madre a cuidarlo.
...
Gracias por su tiempo.

jueves, 8 de julio de 2010

Arriba España

No consigo, y ustedes sabrán perdonar mi inconsciencia, contagiarme del entusiasmo pasajero que embarga desde ayer a la ciudadanía. Antes de que me maljuzguen les hablaré de mi incapacidad para dejarme llevar por la emoción colectiva: fútbol, conciertos, bodas-comuniones-bautizos... y demás eventos que obligan por costumbre y educación a olvidar el mal propio invitando a sonrisas al homenajeado.
Tengo un amigo a quien respeto mucho (no se me ofendan los demás, cada uno lleva su parte). Mi respeto viene de su capacidad de análisis de la realidad. Podría confundirse con falta de ilusión, podría confundirse con falta de emoción, o pasión, o felicidad, o mil cosas cuyos vanos nombres usamos a diario muy alegremente. El otro día me decía que nos conformáramos con no ser infelices, porque aunque la felicidad no se llega a palpar más de un periodo de tiempo que siempre sabe a poco, la infelicidad es absolutamente palpable en cada uno de sus segundos. Mucha gente no llegará nunca a ser feliz, en cambio prácticamente todo el mundo saboreará la infelicidad, y posiblemente la viva prolongada en el tiempo.
Ahí entran las emociones superfluas mencionadas. Agarren una bandera y bésenla. Sean felices esos insstantes fugaces en que consiguieron ponerse en el lugar del jugador que marcó ayer el gol... o en la piel de alguien que haya sido capaz de ello.
Bébanse su dosis de felicidad y vuelvan luego a su vida cotidiana. Sumen emociones aisladas si quieren sentirse felices. Y no me lleven a la pira aún, que tengo más cosas incómodas que decir.

Gracias por su tiempo.

sábado, 3 de julio de 2010

Nada nos salva de la quema

Bien, en esta ocasión intentaré acercarme a ustedes sin hacer referencia directa o indirecta a la palabra "oreja", de la cuál abusé ayer. Sí, sé que hay más términos en el diccionario, doy fe mirando el tomo que adorna mi estantería.
Está muy mal visto ser buena persona. Les aviso. Y de nada sirve que hagan o deshagan al respecto. Supongo que al fin y al cabo, ser buena persona es un "exceso" de ser persona, y como todo exceso que se precie, es susceptible de ser recriminado por el transeúnte de turno que se para y dice en primer lugar: "ummm, no se puede ser tan buena persona, debe haber algo más". Así que en primer lugar vemos que, la buena persona, como mínimo, es un individuo sospechoso. En segundo lugar el transeúnte concluye (para juzgar, y digo en segundo lugar porque el juicio no es el término de la observación, el final de la maniobra): "uf, no es buena persona, es imbécil si deja que se aprovechen así de él (o de ella)". Un buen día el transeúnte se levanta y dice: "puf, mal negociante, hizo todo por los demás, no recibió nada a cambio, así le ha ido".
La mentalidad mercantilista nos asedia, nos acosa, nos obliga y, en último término, nos acaba cambiando. Hay un momento clave en que se debe elegir a uno mismo o a los demás. Requiere de un esfuerzo incalculable llegar a distinguir si lo que queremos es lo que queremos o es lo que quieren los otros. Mantener una imagen de mercader saludable cuesta, así también llegamos a hacer concesiones, y acabamos vendiendo el alma o comprando nuestra propia libertad de acción. Es difícil caminar sin mirar atrás escuchando el estruendo del camino que no se ha de volver a recorrer porque se va derrumbando tras nuestros pasos. La vida otorga pocas oportunidades de corrección. Como decía uno de mis personajes en una de mis novelas que no se han leído: si equivocas el camino vas a dar a ninguna parte.
Por eso hoy les vengo a decir (y tan sólo habiendo escrito dos veces con esta la palabra "oreja") que nada nos salvará de la quema. Si somos malos porque somos malos, si somos buenos porque somos buenos. El vulgo quiere carne a la parrilla, y acabará quemando sus propias naves con tal de que el fuego no se extinga.

Gracias por su tiempo.

P.D.: A veces se da porque no se tiene nada que perder.

viernes, 2 de julio de 2010

Agujetas en el alma

Me arriesgo a una nueva entrada, y me arriesgo en el sentido de las agujetas. No crean que una cuelga el lápiz en la oreja a costa de nada y sin razones que la empujen a la desgana. Retomo el blog por razones equivocadas. Debería ser porque el lápiz quemara mi oreja, que suele ser lo que me achucha en último término a darle masajes a mi teclado. Debería... callarme, si no tengo nada que decir, amiga como soy de los silencios vacíos, y no de las calladas a destiempo, que no traen más que líos.
Cuando se habla por no estar callada, habría que hacer referencia a los pajaritos que cantan, a las nubes que se levantan. Habría que dar gusto, al menos, a las orejas que escuchan o a los ojos que leen.
Sigue el sol saliendo cada mañana. Como ya les dije en una columna muy anterior: la vida obliga, reléanla si es que se han quedado con ganas de algo.

Gracias por su tiempo.