Mis novelas editadas

lunes, 31 de mayo de 2010

Culpable VI

Una ligera desesperación abordó de nuevo a Felipe, pero apenas duró unos segundos. Su estado de ánimo era cambiante, inconcreto, porque no le daba tiempo a asumir todos los acontecimientos, que a su vez eran cambiantes también, y no parecían guardar correlación. Ridículo. Intentaba decidir si continuar con las preguntas o guardar silencio y resignarse. No obstante, la curiosidad superaba a la racionalidad.

- ¿Adónde vamos?

- A un campo de refugiados.

- ¿A un campo de refugiados?

El hombre de gris oscuro guardó silencio antes de proseguir, miró a su compañero, que era quien conducía. Luego miró el camino que se abría ante ellos, el desierto acababa, y Felipe daba gracias a Dios por ello, no sabía que en aquel lugar era preferible a los caminos cerrados entre vegetación y arroyos, que crecen por doquier después de las lluvias.

- La orden dice que debe ver con sus propios ojos las consecuencias de sus actuaciones.

- No entiendo qué tengo yo que ver con un campo de refugiados, jamás he tenido el más mínimo roce con este lugar… o sus gentes. Ni siquiera sé dónde estoy. También decía su orden que debía explicármelo todo.

- La orden se refiere únicamente a lo relacionado con las consecuencias de sus actuaciones.

- ¡Pero es que no sé de qué actuaciones me habla, no guardo la más mínima relación con todo esto! ¿Desierto, selva? Si nunca los he pisado.

Volvió la cara hacia la parte trasera del jeep. Allí había sido acomodado el hombre sin piernas. Los dos hombres le acompañaban también, y sujetaban la silla para que no se moviera con los baches del camino. El hombre tenía la mirada perdida. Salvo la interjección que soltó en su casa, no había vuelto a decir nada. Tampoco parecía escuchar, y si lo hacía, no comprendía, ni le daba la más mínima importancia. Tenía la expresión complaciente de quien ve el objetivo de su vida cogido entre sus dedos, el gesto de la justicia. O eso era lo que Felipe veía, pues aunque no era él el culpable de las acusaciones, era obvio que aquél hombre sin piernas comenzaba a sentirse resarcido de algún modo.

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