Mis novelas editadas

sábado, 15 de mayo de 2010

La vida obliga

Hoy me he saltado las noticias porque sí, porque me da la gana. De los cientos de estímulos que me rodean a diario y que me obligan a decidir una diminuta senda u otra, dentro del continuo bombardeo de mis sentidos, hoy, decido evitar las noticias, darle esquinazo al saltimbanquis de turno, ahorrarme la crítica en clave de sol, y venirles a explicar que estamos vivos. Ya sé que prometí verlas a diario y ofrecerles una visión, cuando menos fresca, de lo que dice el fresco de turno (perdón por repetirme pero la frase exigía acto de presencia de repetición, explicando así que la frescura de mis reflexiones viene dada por la temperatura de quien las motiva y no por un supuesto talento de mis dedos).

Les decía más arriba que la vida obliga. A levantarse por la mañana, aunque no se haya pegado ojo. A vestirse, a salir a la calle y a ver el mundo pasar. A despertarnos con una bofetada de sol si tenemos la precaución de levantar las persianas, o con la caricia tímida, pero desmedida, de la luz del día a través de las rendijas de las mismas.

Hay que ser valientes para echar a andar por las mañanas, para embestir a la incertidumbre de lo que ya damos por sentado y encajar las sorpresas que no hemos calculado. Pero también… para ser capaces de aprender lo ingenuos que somos, que cualquiera nos da tres vueltas y que la vida, en ocasiones, se nos queda larga.

Ayer tuve el honor de asistir a la presentación de un libro del señor Andrés Caparrós, Corazón de Golondrina. Al final de la charla ya andábamos entre amigos. Yo estaba en un rincón, para no ser muy vista, y cerca de la puerta, para tomarla rápido si se daba el caso, supongo... En un momento dado, el periodista me dijo algo así como “¿Y tú, que no has dicho nada?, a lo que respondí “no me gusta hablar”, “pues tienes pinta de tener mucho que decir”. Mis labios son mudos con demasiada frecuencia, quizá por eso aprendieron a hablar mis manos. La vida obliga, ya ven, a expresarse de un modo u otro, si quita los ojos, enseña a ver a los oídos. Así que debo agradecer el alegre desparpajo de mis dedos a la timidez infame de mis labios.

Ya saben, si me buscan, estaré en un rincón cerca de la puerta.

Gracias por su tiempo.

2 comentarios:

  1. Alguien dijo que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras.
    Otro alguien con menos mano izquierda y más gracejo dijo que es mejor tener la boca cerrada y parecer idiota que abrirla y despejar la duda. Y como quiera que me veo más inspirando la segunda frase que la primera, a mi no se me desparpajan los dedos.

    En cualquier caso un placer, siempre, leerte. Y si me reservas un sitio junto a la puerta andaré yo también más cómodo.

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  2. Por si acaso, yo mantendré la boca cerrada por ahora.

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