Mis novelas editadas

sábado, 22 de mayo de 2010

Venecia

Hace un año justo que pisé Venecia. Quizá por eso he recordado que escribí lo que hoy les pongo, a mi regreso. Aquí lo dejo, no por ahorrarme un rato de escritura (o escribanía que decía mi madre), si anduvieran por mi disco duro verían que retales sueltos no me faltan ni ganas de ir sembrando la vida con palabras escritas.

Qué bonita es Venecia, para el ojo enamorado. En mayo. Treinta grados a la sombra, y un nivel de humedad que traspasa mi mundo conocido. Bonita, sí. Con los surcos de agua insalubre que la sangran a cada paso. Bonita. Con el despliegue de turistas que la asolan con los ojos, queriendo robarle esa belleza, imaginando dejar su impronta en cualquier rincón de la ciudad, rasgar una esquina, marcar un portal con un lápiz: “Yo estuve en Venecia”.

Muy bella. Se acumulan, desordenadas, las tiendecitas, unas con otras, impidiendo que la ciudad, el paisano, respire. Hay que vivir del turista, y el turista… quiere vivir Venecia. “Españolo?, english?” Es igual, se amontonan las caras de cansancio y avidez por doquier. Se tropieza mucho, pero nunca con un veneciano. Este puente es tal, y aquel otro no sé cuál. Venecia, a pie, una sorpresa desesperada de imágenes desordenadas y semejantes que se acumulan en el ojo, y que no se entienden hasta varios días después.

Venecia, dos mil euros de alquiler por un piso de cincuenta metros, y un solo barrio, Rialto, en el que encontrar una panadería, una mercería…

Yo misma he formado parte de esa marabunta de extranjeros que se apuntan Venecia con una muesca en forma de innumerables fotos, que más tarde miraré con la sensación de no haberlo vivido. La mano, señores, es más rápida que la vista.

He sido testigo… del amanecer en Venecia. Desde el privilegiado puesto de vigía de la inmensa cubierta de un barco de varios pisos, he visto cómo el sol rompía Venecia en innumerables matices de luz blanca. No sabía que hubiera tantos. Le he visto comerse las cúpulas y beberse el agua, a las siete de la mañana. La mano del sol fue tan rápida como mi vista, no más. Y me sirvió en bandeja el baño cálido de una mañana radiante sacada de una postal de verano. Sé que se detuvo el tiempo a mi paso. El puerto de Venecia, a las siete de la mañana, te apuñala el alma y ya nunca te recuperas. Te sumerges en un cuento, carente de la realidad de cientos de personas andando sus calles, asomándose a sus canales con la constante sensación amarga de que el tiempo se les acaba, más rápido, si cabe, que el de sus propias vidas. En realidad no tengo palabras para describir el amanecer en Venecia.

Llegó la puesta de sol, rica en matices, incomparable en belleza también, pero con la promesa cierta que da la decepción de que mañana amanecerá sin mí.”

Gracias por su tiempo.

2 comentarios:

  1. Mi corazón también anda improntado por esa misma sensación de amor odio que te dejan algunas ciudades. La visión de sus monumentos, de sus calles, de sus gentes, de su gastronía, se cuela con contundencia en tu alma y ya no puedes dejar de amarla. Pero luego llegan sus miserias, sus violencias, sus carencias, que entran a empellones y se quedan con estridente descaro. Amar algo "pese a todo", es la manera más pura de amar.

    http://www.youtube.com/watch?v=6g_SpJMGsKQ&feature=player_embedded

    Cada cual tenemos nuestra Venecia (o nuestro Madrid).

    Saludos

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  2. Y la única de que dure, se me están quitando las ganas que tenía de viajar. como sois...

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