Mis novelas editadas

viernes, 15 de octubre de 2010

El hombro de Francis Lorenzo

Ayer me enganché a "Águila roja". Sí, después de no sé cuántas temporadas, y por segunda vez, he visto un capítulo de esa serie. La primera vez ocurrió una madrugada, a las cinco y media o las seis. El desvelo me había vencido y me arrancó finalmente de la cama. Cansada de leer y desleer, me puse la "perpetua", nombre cariñoso con el que califico la tv que tenemos hoy en día. Un amigo mío siempre dice que la vida es justa, a grandes rasgos, así que me cuestiono si tenemos la tv que nos merecemos... a grandes rasgos; yo, desde luego, no creo merecer el azote constante de ya saben qué programas como tampoco merezco la mala cara de un funcionario que no haya desayunado... sí, lo sabrán por los anuncios, fuente infinita de sabiduría.
Así puestos, tuve que elegir: serie que no había visto ni en los trailers, o el abanico infinito de ofertas de los canales de teletienda (a esas horas casi todos son teletiendas). Más por no dejarme vencer por la tentación de comprar a deshoras (Dios me libre), que por el interés que despierta en mí la susodicha serie, dejé Clan, con la reposición de no sé qué capítulo de cualquier temporada de Águila roja.
No cuestiono la fidelidad hacia la historia en el relato de los hechos. Ni las situaciones, ni el vestuario, ni el maquillaje, ni cualquier otro detalle que a mis ojos neófitos pueda pasar de largo. Pero no puedo evitar pensar en el anuncio de Antonio Resines, que criticaba a un niño porque se quejaba de que su padre no iba a verle jugar a fútbol: "qué caracoles ni qué caracoles!" ¿Es posible que en el siglo XVII un niño se quejara de que su padre no pasara tiempo con él? Y alguna que otra cuestión más que me hace preguntarme cada diez minutos mientras la veo, si no estoy viendo alguna película americana para toda la familia.
Les aseguro que me cuestiono una y otra vez si es por el lenguaje que utilizan los personajes al expresarse o son las situaciones en sí... ¡Que alguien me ilumine!
La serie merece todos mis respetos, con la salvedad arriba expresada. No obstante, traigamos de una vez a colación el bendito hombro de Francis Lorenzo, que por algo está en el título. Llámenme frívola, superficial, ignorante, inculta o lo que gusten, pero confieso que fue ese hombro izquierdo, luciendo descarado en su semidesnudez y belleza sin par, cuando yacía en la cama, junto a su joven esposa, lo que captó mi atención y me hizo decidir no perderme más ningún capítulo, guardando la vana esperanza de que al director se le ocurra de nuevo una pose semejante. Qué quieren, a mí también me subyuga la belleza. Seguro que aprendo algo viéndola, en este caso, que el fin justifica los medios.

Gracias por su tiempo.

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