Mis novelas editadas

sábado, 17 de julio de 2010

Arreglo familiar. II

Es la primera en bajar a la cocina, tiene que preparar el desayuno para los tres. Pone las trébedes en el fuego, y encima la olla para recalentar la leche hervida del día anterior. Saca pan duro de la alacena, y descuelga el tocino para ponerlo en la mesa también, porque a su padre le gusta desayunar fuerte, y no se conforma con tomar leche con sopas. Al correr las cortinas de la ventanilla de la cocina, se da cuenta de que el sol ya despunta, y se da más prisa, aunque esperar a que la leche hierva mientras se mira…

Oye la voz de su madre:

- ¡María, ven acá!

El padre se ha despertado y hay que ayudarle a levantarse y a hacer todas sus cosas. El hombre se siente inútil, pero deja que las mujeres le alisten sin rechistar. Ayuda en lo que puede, e intenta no ser una carga, pero de poco sirve. Da gracias a Dios por ser poquita cosa y permitir que aquellas mujeres le puedan llevar de un sitio a otro, o se pudriría en esa habitación, porque quiso el médico regalarle una silla de ruedas de segunda mano que había desechado una tía suya en la ciudad al morirse ya de vieja, pero se la tuvieron que llevar de vuelta, ese suelo de tierra apelmazada no permitía que las ruedas rodaran. Así que cuando terminan de asearle, le cogen por debajo de los brazos y le llevan a la cocina. Ahí ya tienen la leche con sopas, María se la toma medio de pie, medio sentada, que se queda, que se va.

- ¿Miro a ver si hay huevos, madre?

- A ver si hay alguno, que tu padre se come uno cocido a media mañana si los hay.

Hace un frío que pela en la calle, y María se tapa la boca con la toca. Es una toca vieja y negra de la madre, que ha dado ya tantos viajes al agua, que ni la sombra es de lo que era, pero tampoco va a echar el abrigo bueno para ir al gallinero. Otra vez está enfangado, por las cuatro gotas que cayeron ayer, que agua al campo no darán, pero sí que inundan la paja y le dan más trabajo a ella. Si hoy sale el sol, tal vez la seque y no tenga que andar con la pala sacando paja mojada.

Levanta a las gallinas una por una, a ver si hay huevo. Hay dos, los coge y se los lleva a los ojos. Dice su madre que ese calor de huevo recién puesto es bueno para la vista. Luego tienta a las gallinas a ver si alguna pondrá, y ve que hay dos más en paraje, así que a medio día volverá a por ellos. El gallo le viene al encuentro cuando ya casi sale del corral, y se le arrima encelado para picarle, celoso de haberla visto registrar a las gallinas. Pero María, que ya sabe lo que se cuece en el gallinero, nunca entra desarmada, y lleva la caña de la escoba pillada bajo el brazo. Apenas le ha oído cacarear, le ha enseñado el palo y el gallo se ha retirado para atacar por otro flanco. No son animales listos, quizá por eso acaban en la olla. Los conejos están en las madrigueras, les oye, pero no salen, hay gazapos nuevos y les guardan del frío de la madrugada. Cuando venga a por los otros huevos se entretendrá un poco con ellos, el único juego que todavía se permite.

...

Gracias por su tiempo.

2 comentarios:

  1. pues sigo leyendo con atención e interés un día más.

    Saludos

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  2. Este cuento me recuerda un poco a las canciones de Victor Manuel con sabor a pueblo.

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